2. Muerte
Una vez que todos hemos
tomado una galleta, Muerte también toma una y se la come con nosotros, lo único
que se escucha, son nuestras bocas mordiendo esos manjares que hace Muerte,
hasta que Acinbo irrumpe la majestuosidad del silencio
-Muerte, cuéntanos ¿Por qué
hablarle a LePap?
-No lo sé- responde ella,
mientras pasa un mechón de cabello que le cubre el rostro a atrás de su oreja
-¡Oh, vamos! Si quiera
cuéntanos porque le dijiste a este joven caballero, Buntiro Bremon, que hoy era
un día importante para LePap-
-Cierto ¿Por qué me dijiste
eso?- digo yo – ¿Que va suceder hoy?- pregunto algo intrigado y pensativo.
Muerte, con su majestuoso
porte, nos mira a todos con la ceja izquierda arqueada, como si se estuviera
preparando para decir algo sorprendente, de una trascendencia increíble –No les
puedo decir- luego de eso suelta una carcajada de burla.
A los tres nos cortaron las
alas, solo pusimos cara de… -Jajajaja ¡Miren sus caras de idiotas!- sí, justo
eso Muerte, gracias por ahorrarme el pensar
-Malvada- le digo
-No les puedo decir, chicos,
solo Vida, Tiempo y yo tenemos acceso al futuro, un privilegio que nos dio
Existencia, bajo la estricta condición de no revelar nada- haciendo ademanes y
gestos continua con su explicación –Si a alguien le mencionara una milésima del
futuro inmediato, significaría el destierro, me volvería humana y de seguro ya
han escuchado como es Tiempo…-
-Dicen que no perdona a
nadie- agrega Acinbo, al suspenso que hizo Muerte
-Con los mortales, él es muy
rudo, nosotros por suerte ni lo vemos y
no nos afecta, bueno chicos, fue un placer comer galletas con ustedes, pero
tengo mucho trabajo y por lo visto, ustedes también-
Oh no, eso fue un aviso. A
pesar de ser tan relajada y cariñosa, Muerte sigue siendo nuestra superior, y
ese “Por lo visto, ustedes también” significa que debemos ponernos a trabajar.
Acinbo regresa a su lugar, Billy se va con él, en cuanto a mi, me vuelvo a
sentar en la silla de color blanco con toques metálicos. Me recargo sobre el
pulcro escritorio de cristal que tengo enfrente y tomo la pequeña pantalla que
tengo a mi derecha, para ver lo que está haciendo LePap. Para mi suerte, no me
he perdido de mucho, pues LePap tarda quince minutos en bañarse todos los días,
y llego justo al momento donde se está quitando el jabón de su anciano cuerpo.
Una vez que termina con su tarea, le cierra a la llave del agua y toma una
toalla, también azul, para secarse. Todo el tiempo que le toma vestirse, se la
pasa lanzando insultos a su ropa y diciendo lo asqueroso que es ese lunes.
Sigo esperando con ansia que
suceda algo importante.
Una vez que LePap termina de
ponerse su uniforme del super mercado, se dirige a la cocina para tomar un
desayuno ligero antes de ir al trabajo a comer como nigua. Nofarrag es de esos
tipos que caminan de un lado a otro en las grandes tiendas así para ver si un
cliente tiene una pregunta o algo sobre un producto. Los primeros dos años de
trabajo, muchos se acercaban con él, pero después de ese tiempo, la gente
empezó a reconocer al anciano amargado de la zona de comida. Como ya lo he
mencionado antes, LePap inspira miedo y tristeza. Lo cual le da la habilidad
para comerse las cosas con las que convive todos los días, sin que nadie le
diga algo sobre ello, pues incluso su jefe, el hippie y alegre señor Odacrem,
intenta evitar el contacto con LePap. Según Odacrem “el aura alrededor de LePap
está contaminada de energía negativa”. Honestamente, entiendo que Nofarrag lo
odie.
Su desayuno consiste en
hojuelas de maíz sin azúcar (cereal) con leche. La mesa del comedor es de
cristal y sus patas son de madera de un color blanco reluciente, bastante
parecida al escritorio que tengo enfrente, pero más larga. Hay tres sillas,
igualmente blancas, a los dos lados laterales de la mesa y una en cada extremo.
El anciano acostumbra sentarse en la cabecera, contemplado las siete sillas
vacias, que ha observado durante cada mañana desde hace treinta años que compró
la casa. En esa entonces LePap tenía 45 años. Se la vendió un hombre bastante
parecido a Odacrem, aquel joven presumía que era una casa hermosa, capaz de
hacer feliz a cualquiera que entrase en ella. Cuando el anciano vio al
muchacho, estaba decidiendo no comprarla, hasta que dijo que la casa era
alegre, obviamente LePap la compró para demostrar que era imposible que un
inmueble hiciera feliz a una persona, se lo hizo saber al joven, y este le
ofreció una jugosa apuesta, donde él escogía todos los muebles que iban a
llenar la casa con el fin de crear un ambiente “bonito” como el joven lo llamo
en su momento. Si LePap se alegraba del resultado, pagaría el precio de
entrada, si no, la casa tendría el 50% de descuento. Ganó LePap.
Las siete sillas parecían
tener ganas de conversar en el desayuno, pero no lo hacían por miedo a lo que
dijera su dueño. LePap escucha sus susurros, lo que dicen sobre él, aquellas
palabras inexistentes que hieren su impenetrable fortaleza, esas frases que a
cualquiera sacarían de quicio, esas voces que no están ahí. Hartan su
paciencia, hasta el punto de que se levanta de golpe lanzando la mesa con un
movimiento increíblemente rápido. El ruido del desastre causado, resuena por
todo el lugar, haciendo temblar las ventanas y todos los muebles blancos y de
cristal. Los vidrios esparcidos por el suelo, hacían parecer que hubo una pelea
a muerte en el comedor. Las sillas caídas, el plato hondo roto en el suelo, la
leche y el cereal regados entre cristales, las patas de la mesa solo sostienen
un trozo de cristal al que estaban pegadas. Una escena producto de la ira de
Nofarrag. Durante toda su vida, había roto cosas pequeñas como relojes, pero
nunca una mesa tan grande. El mismo contempla asombrado su obra, cuando algo
increíble sucede. La línea recta de su boca, se curvea hacia arriba formando la
primera sonrisa natural de LePap.
Un cristal le permite
admirar su sonriente rostro. En cuanto se percata de ello, deja de hacerlo y
sale del comedor a paso veloz hacia la puerta para irse a trabajar.
Me percato que hay colegas
mirando lo que sucedió hace unos segundos. Todos y cada uno de ellos tienen la
boca abierta y cara de asombro. Acinbo tiene los ojos abiertos como platos, sé
que yo también.
LePap salió casi media hora
antes de lo normal. Camina rápido y su respiración esta igual de agitada que su
corazón. Por primera vez no intenta retrasar su llegada al super mercado,
tampoco se detiene a lanzar silenciosas maldiciones a las cosas que pasan a su
alrededor.
Se fija al atravesar la
calle, rompiendo con todas las condiciones que se puso para adelantar su
muerte.
Creo que es obvio que el anciano
nunca había externado de una manera ruidosa y notoria sus emociones reprimidas.
El paso veloz que llevaba no
le impide fijarse en los rostros de las personas que van con gusto a trabajar
en lunes, no obstante, hay también muchas otras personas que llevan la misma
actitud que acostumbra LePap, con la única diferencia de que ellos no quieren
morir, y si lo quieren, al menos no lo intentan al modo en el que él lo hace.
Una gota de agua cae en su
arrugada nariz. Alza todo su rostro al cielo, no puede evitarlo, es su
naturaleza, y por ello lo maldice. Maldice a todos los seres vivos en la
tierra, a todos aquellos dementes que les gusta bailar bajo la lluvia, a
aquellos que consideran romántico un beso bajo la lluvia, y sobre todo a esos
malditos que usan paraguas.
Una mujer alcanza a escuchar
el ladrido de Nofarrag. Lo mira sorprendida, pues ella es de esas personas que
disfrutan de los besos bajo la lluvia y los magníficos bailes, a pesar de que
una vez al bailar se cayó, lastimándose gravemente su pierna, pero a pesar de
eso, ella es una optimista, que ve siempre el lado positivo a todo. Una de esas
personas que disfruta la vida, que le gusta respirar y agradece al cielo y a la
tierra todo lo que le ofrece en su corta estadía en la tierra. Lentamente se acerca
a LePap y mientras este sigue lanzando tierra de su boca entre susurros, ella
lo interrumpe.
-¿Qué sucede buen hombre?-
él se queda aturdido por recibir palabras de alguien mientras esta soltando su
ira al aire, y a pesar de que su contestación no será buena, se toma la
molestia de contestarle a esa optimista señora.
-¿A mí? A mí no me sucede
nada-
-Por supuesto que no- le
responde sarcástica en su tono. LePap quiere explotar pero algo lo detiene,
algo que no es normal algo que…-A mí me gusta la lluvia, señor, me parece la
maravilla más hermosa que nos brinda la vida…- En efecto, Vida es la encargada
de que llueva -es un fenómeno bastante hermoso, digno de apreciar ya que a
algunos nos brinda alegría, a otros los refresca y a algunos más
desafortunados, les permite beber este líquido vital indispensable para la
vida. Debería pensar mejor antes de insultar a algo. Las cosas no solo tienen
lados románticos fofos, también tienen lados esenciales buenos-
-Buenos- repitió Nofarrag
intentando comprender en su totalidad una palabra que no acostumbra decir,
además que no tiene ni siquiera algo para decir, se siente avergonzado, pues su
cruel actitud nunca le había brindado la oportunidad de detenerse a pensar en
todas las cosas que una simple situación conlleva.
-Piénselo bien caballero, no
le caería nada mal- cuando él está apunto de contestar algo, ella desaparece
entre la gran multitud de trabajadores que caminan a sus correspondientes
oficinas.
Sería bueno aclarar que lo
que Nofarrag iba a decir, era un conjunto de palabras altisonantes para que
aquella señora fuera a importunar a su querida progenitora, con eso basta, para
que entiendan a lo que me refiero.
La gota se convierte en
gotas y las gotas en aguacero. Pronto esta empapado todo su uniforme, pero ya
no es tiempo de regresar a cambiarse y aún si lo hiciera, no sería distinto el
asunto pues no tiene una sola sombrilla en su casa.
“Sombrillas ¡HA! un maldito innecesario
gasto de dinero ¡Pura mierda!” esa es una frase habitual de este hombre cuando
llueve, y a pesar de la sonrisa maligna de hoy, las cosas no cambian.
Por fin después de caminar
un par de calles más, Nofarrag llega a su destino, el Supermercado.
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