Breatanos: Los fantasmas no existen

Estaba en mi habitación redactando un texto de cuatro cuartillas sobre la sismología, cuando algo increíble sucedió, yo no me lo podía explicar pero en el reflejo de la pantalla situada frente a mí se encontraba algo sorprendente, una figura luminosa, con una altura que abarcaba del piso al techo sin dejar un solo milímetro de espacio. Quede maravillado, mis ojos no podía dar crédito a lo que estaba observando, cuando voltee para poder observar con mayor claridad, me pude percatar de que esta peculiar figura tenía un rostro femenino, fino, delicado, desbordante de paz y alegría. Por lo extraño de la situación debí haber sentido miedo, tal vez angustia u horror, pero contrario a todo eso, me sentí relajado y lleno de vitalidad. Después de unos segundos de observación, pude percibir que había ciertos brillos a su alrededor, parecían cristales de diamante, pero no, eran cristales de azúcar. Una mecraluciana hermosa, proveniente del sistema Funavita, en las afueras de la Vía Láctea, como me fui a enterar más tarde, antes de su partida.
-Hola- dijo aquella figura, no podía creerlo, pero su voz era suave y calmada –te he salvado de esta criatura- prosiguió mientras alzaba la mano derecha en la cual llevaba una especie de pulpo con 6 tentáculos de color negro con matices de morado. El cuerpo de aquella criatura parecía ser viscoso, como si de brea se tratase. Era grotesco verlo y ya ni se diga sobre su aroma a fruta podrida con pequeños indicios de olor a huevo pasado. Gracias a la figura de luz me pude enterar, de que este extraño ser era proveniente de una raza extraterrestre a la cual en el universo era generalmente conocida como “Breatanos”. Supongo que tal vez su aspecto de brea tenga algo que ver con su nombre. Los breatanos son una raza, que más allá de ser considerados seres con vida y pensantes, podían ser catalogados como simples parásitos devoradores de cerebros. No obstante no parten la cabeza de su víctima para comer a gusto el cerebro ensangrentado y lleno de bacterias del exterior, no. Los breatanos se posan sobre el vértice craneal de la víctima y tal como lo hacen los mosquitos, sumergen una fina aguja capaz de absorber el cerebro milímetro por milímetro. Esta succión produce un dolor insoportable que los humanos tienen la suerte de traducir como miedo a diferencia de otras especies que sufren en total agonía quedando en una parálisis que permite al parasito comer sin problemas. Cada vez que un humano siente miedo por algún espectro, es porque hay un breatano en su cabeza, o porque estuvo uno alrededor de veinticuatro horas atrás. No es miedo como tal lo que produce esta ingesta de cerebro, sino que son alucinaciones y percepciones de cosas que realmente no están ahí. No se confundan, los fantasmas no existen, los breatanos sí, y son mucho más letales que una simple alucinación, pues al finalizar el consumo de las partes más deliciosas y exquisitas del cerebro, la victima muere por un ataque al corazón debido a las altas cantidades de terror sufridas. Es difícil atacar un breatano ya que es prácticamente invisible para el simple y poco evolucionado ojo humano, en cambio para los Mecralucianos son totalmente visibles y fáciles de capturar, tan solo es cuestión de agarrarlos por los tentáculos y quebrarles la cabecilla que une dichas extremidades. Una vez muertos, son visibles incluso para las moscas, las cuales a diferencia nuestra, pueden olerlos sin necesidad de que el breatano en cuestión este muerto.

Después de explicarme todo esto, no pude más que agradecerle la información a la figura de luz, quien después me conto que era una mecraluciana. Nunca había tenido una experiencia tan increíble, y lo mejor de todo es que ni siquiera me había enterado de ella hasta que me salvo el pellejo Filian, el cual era el nombre de la hermosa dama. Me explico además que tuve suerte, ya que el breatano casi tenía sus fauces sobre mí, lo bueno es que ella iba de paso y me salvo. Luego de esto se despidió de mí, advirtiéndome que algún día la volvería a ver y que ese día yo debía estar preparado para irme, pues ahora sabía mucho de algo que los humanos no estarían enterados hasta dentro de tres o cuatro siglos. Los mejores quince minutos de mi vida.

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