DIABLA

DIABLA
El desierto es un vasto terreno lleno de arena, mesetas, serpientes, roedores, extremo calor por el día y un excesivo frío por la noche. No obstante, a pesar de estas estresantes cualidades que posee el desierto, un camino pavimentado la cruza exactamente por la mitad. No hay ni un alma aventurándose en el insoportable aire caliente que supone el ambiente, ni un solo vehículo, tan solo se ve una serpiente de cascabel, muy discreta, andando entre la arena de manera despreocupada en aquel infinito desértico. El sol imponente quemaría la piel de cualquiera en cuestión de horas, si no es que minutos. El infierno. Así es como me imagino el infierno, como una gran extensión de arena, en la que te encuentras solitario con la desesperación de no saber si hay algo más allá de las interminables cantidades de arena y suelo quebrado. Sí, sin duda ese es el infierno.
A pesar del calor extremo, se escucha el suave rumor de un motor a lo lejos, es apenas audible ese insignificante traqueteo y el silbar de la carcasa metálica al ir rompiendo el aire a una velocidad estimada de cien kilómetros por hora. No tarda mucho en poder observar un ostentoso automóvil de color negro, bastante rectangular, salido de las antiguas películas de espías, pero el modelo viejo dentro de esas obras de entretenimiento.  
El vehículo disminuye su velocidad y frena tranquila y suavemente junto a la alegre serpiente. Sin un solo cambio, transcurren largos diez minutos. La serpiente observa atenta a lo que podría ser un nuevo y descomunal adversario. Huir o valientemente atacar a una llanta caliente de hule. Cuando se abre la puerta del conductor la acción de la serpiente es obvia: huir. Un zapato de charol se acomoda en el suelo y después el otro, para que una figura muy alta salga del coche.
Una gabardina negra y un sombrero fedora, de color negro, visten a aquel humano. Sin duda el diablo. Él es el único capaz de usar tal atuendo en el infierno si dejar caer una sola gota de sudor. Son sus tierras, es su casa, y es ahí donde nada le pasa. La serpiente sigue observando, pero está vez, a una distancia prudente.
“¿Qué pretendes?” Piensa la serpiente
“Posiblemente no piensas en nada, pero que haces aquí, yo soy la dueña de este lugar, las iguanas me sirven y los ratones me alimentan, pero tú, tu pretendes algo, y dudo que sea para mi beneficio. Para el tuyo debe ser, sí, sin duda alguna piensas hacer algo en tu beneficio. Vete diablo, vete”
La pobre cascabel esta aterrada.
Mientras el diablo se quita el sombrero, dejando al descubierto una fina, hermosa y sedosa caballera de color negro azulado. Lo menea sensualmente de un lado a otro dejándolo ser libre cuan largo es. Diabla.
Pero esta dama no es mejor que el diablo, por el contrario, es mucho peor. Camina relajada a la cajuela de su automóvil, pero antes de abrirla, remonta sus recuerdos al miércoles de la semana pasada, cuando estaba con su doctor Gregorio Irande. Acaricia suavemente la cerradura del maletero. La serpiente siente el olor a putrefacción, cuando la Diabla abre la cajuela, pero no solo es putrefacción, también hay desesperación, sufrimiento, ira y dolor. No lo duda un solo segundo. Su escape es definitivo, dejando atrás lo que alguna vez fueron sus dos metros cuadrados del desierto.
-Mierda- Gruñó la Diabla cuando se percató que su desayuno se había echado a perder en el camino.

Hubiera sido una deliciosa mordida a su semita de res, pero el calor la masacró sin piedad. Sin duda hubiera sido todo diferente de haber ido adelante en el aire acondicionado, que daba un ambiente invernal al interior de coche, excepto la cajuela.

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