12. Aun duele
Y en esa obscuridad me
encuentro en una calle en los muelles, que es más bien un atajo poco transitado
de la ciudad que solía habitar mientras estaba vivo. La luna se alza amenazante
detrás de una niebla aterradora, en el imponente cielo nocturno. No puedo
controlar mis movimientos, tan solo estoy mirando lo que hice en vida. Pero no
puedo recordar en que parte me encuentro, que día es, o que acabo de hacer, o
que haré. Tan solo soy un espectador en lo que alguna vez fue mi vida, no tengo
voz ni control, tan sólo ojos para contemplar lo que está sucediendo.
No puedo percibir ni una
sola emoción de lo que tal vez pude sentir en ese momento, no hay absolutamente
nada.
Sin embargo, puedo apreciar
que alguien se acerca a mí, o a juzgar por la velocidad y agitación que llevaba
en ese momento, yo soy el que se acerca a esa figura. Aunque hay algo extrañamente
peculiar en la situación, pues la complexión de esa persona, se me hace
particularmente conocida, de hecho, podría decir que…
Que soy yo.
Conozco esa chamarra café,
que nunca usaba, pero, ¿Si no soy yo, la persona desde la que veo todo,
entonces en el cuerpo de quien estoy?
Era raro que usara esa
chamarra gorda de plumas, no me gustaba ni en lo más mínimo, tan solo la utilizaba
los días que hacía muchísimo frío, y a juzgar por el vapor que suelta esta
persona de su boca en cada exhalación, podría jurar que el frio era terrible
ese día.
¿Por qué estoy viéndome a
través de los ojos de alguien más?
De alguna forma, la persona
observa sus manos, y lo que logro ver en su mano izquierda es trágicamente horrible,
un cuchillo afilado de cocina, para partir carne como si fuera mantequilla. La ropa
de esta persona es negra, pero sus zapatos cafés están desastrosamente
maltratados por el tiempo y el uso diario excesivo que fácilmente se puede
apreciar de un pequeño vistazo. Estoy viéndome a través de los ojos de mi
asesino, del verdugo que me quito la vida sin razón aparente, estoy a bordo del
cuerpo de un brutal desgraciado. Que dios ampare los últimos minutos del hombre
que fui, quien está a punto de caer ensangrentado. Aún recuerdo perfectamente
todo lo que pensé mientras sentía como mi sangre abandonaba mi cuerpo a
chorros, aquella noche. Al día siguiente tenía la presentación de mi última
novela publicada. Yo iba de regreso a mi casa. Ni siquiera pasó por mi cabeza
lo peligroso que era el atajo por los muelles, durante la noche, torpemente no pensé
en los males que acechaban a mi alrededor. Despreocupado yo mismo cavé mi
propia tumba, al meterme en ese lugar.
Vaya idiota.
Mi asesino está a apenas un
par de metros atrás de mí.
Cuando por fin me alcanza ya
es demasiado tarde. Yo nunca pensé en lo horrible que podría llegar a ser mi
muerte vista a través de los ojos de alguien más. Yo imagine que fue terrible,
ver ese rostro cubierto, mientras todo a mí alrededor se nublaba.
-Buenas noches- Aun recuerdo
que antes de matarme se atrevió a saludar. Y justo cuando yo me disponía a corresponder
lo que sonó como un amable saludo, sentí la punta helada de aquel endiablado
cuchillo. Un grito ahogado fue lo único que logró salir de mí.
De inmediato caí al piso. Y
mientras yo estaba indefenso, sentí, y ahora puedo ver, como es que se inclinó
y metió su mano en mi bolsillo para sacar mi cartera.
En su mano, toma la mísera
cantidad que traía para contarla, y luego arrojar la billetera lejos de ahí. Se
levanta apresuradamente, camina unos cuantos pasos hacia la obscuridad, se
detiene y luego regresa.
-Lo siento- dice antes de
clavarme más de diez veces el cuchillo. No tenía porque hacerlo, no había
razón.
¡No! ¡Por favor, hagan que se
detenga! ¡Ya no puedo seguir! ¡No puedo seguir viendo esto! ¡Hagan que pare!
Pero nadie me puede ayudar, así
como nadie me ayudó en aquel momento. Se levantó el desgraciado, y aun aguardo
un momento, mirando como brotaba la sangre y hacía un grotesco charco a mí
alrededor. En ese instante yo ni siquiera podía gritar, pues el dolor me agobiaba
y congelaba mis demás sentidos. Era tan solo un cuerpo, sin salida a punto de
convertirse en un cadáver.
En ese momento no quedaba ya
nada que hacer por mí.
Mi tiempo se había acabado.
Creía que lo peor había sido
asistir a mi propio funeral, pensé que había sido el dolor que me causo ver a
todos los que amaban, llorar a mares, ver a los policías sin hacer
absolutamente nada por buscar al asesino. Pero ahora que puedo ver lo que él
vio, me doy cuenta, que no tengo ni la más mínima idea de lo que realmente era
lo más horrible.
Aun me duele donde estaban
las heridas que causó ese cuchillo.
Aun duele.
Cuando el asesino decide que
ha sido suficiente se da la vuelta, y camina hacía un bote de basura, donde
deposita el cuchillo. Una vez en la calle, se topa con el ajetreado tráfico, típico
del diciembre en mi antigua ciudad. Las personas cargan montones de bolsas con compras
navideñas. Nadie imagina que a su lado camina un asesino con las manos en los
bolsillos. Ni siquiera la anciana a la que ayuda a subir sus compras a su auto,
quien por cierto le da las gracias regalándole una bolsa de chocolates, tan grande como la
palma de la mano del asesino.
Ese cabrón camina
despreocupado por la ciudad mientras saborea sus chocolates. La nieve hace que
sus huellas queden marcadas hasta el lugar donde estaba mi cuerpo inerte, y aun
así, nadie pudo notarme hasta el día siguiente, luego de que no pude asistir a
la presentación. Mi cuerpo estuvo casi veinticuatro horas en la intemperie,
mientras este bastardo se fue a beber un tarro de cerveza en un bar.
Por ver esto, lo odio mucho
más de lo que antes lo hacía.
Después de terminar su
cerveza sale a la calle, donde compra un periódico fechado al veintiuno de
diciembre. El día de mi muerte.
Le paga al buen hombre que
se lo vende y justo antes de que se lo acomode entre el codo y el tórax, yo
regreso a la sala de narración, donde Vida, Billy, Acinbo, y el doctor Tarms,
me miran con rostro pálido y preocupado. Puedo sentir las cascadas de sudor
frio corriendo por mi rostro. Mis manos están vendadas, pero el doctor, y los demás
me miran extrañados, pero puedo deducir que no es por mi ataque de ira que tuve
hace un momento, si no, por algo que habré hecho mientras me encontraba
inconsciente. No puedo pensar en otra cosa, y no evito sentir pena y pedir de
inmediato una disculpa a quienes trate como basura antes de desvanecerme.
-Perdón-
Todos, excepto el doctor, sonríen,
y me toman de los hombros, pero la que habla es Vida.
-No pasa nada Bremon, estuvo
mal de nuestra… de mi parte, querer controlar lo que haces, cuando sé que desde
tu nacimiento fuiste osado e indomable-
-Sí, pero estuvo mal-
-No pasa nada, use a Acinbo
para decirte algo, que él realmente no quería decir- responde Vida calmada.
Ya no puedo responder nada y
justo antes de que pregunte cuanto tiempo estuve así, el doctor habla.
-Felicidades Bremon, eres el
primero que usa mis servicios este año, y ya le faltan dos meses para acabar-
-¿Algo de lo que deba
preocuparme?-
-Yo, no me preocuparía tanto
por lo que te pasó, sino, más bien por los gritos aterrados que dabas mientras
te encontrabas inconsciente ¿Qué veías? Si se puede saber-
-Vi mi muerte…-
-¡Ah!- le resta importancia a
mí interrumpida respuesta -Algo normal entre todos aquí arriba-
-Pero la vi desde los ojos
de quien me mató- se hace un silencio sepulcral en toda la habitación. Puedo
ver cómo Vida y el doctor Tarms se intercambian una mirada relativamente
discreta, sin decir nada.
-Bremon, iré a ver que hay
en los archivos sobre algún suceso
parecido y te vendré a informar de inmediato-
-Gracias Doc-
-No hay de que- Se despide,
y luego sale del lugar rápidamente.
-¿Cuánto tiempo me… me fui?-
le pregunto a los tres, rompiendo con el silencio que aun reina en el lugar.
-Como quince minutos, LePap
y Elsa aún se están comiendo el helado de fresa- responde Billy.
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