Funeral
de Cuervos
Observaba
aquel monte, lleno de hermosos pastos verdes, y árboles que dejaban al centro
del monte, una parte circular despejada, donde la gente a veces llegaba a
sentarse y disfrutar de la calma de aquel paraíso en medio del caos en los
alrededores. Parecía ser un espectáculo fantástico en los días soleados, no
obstante en los días nublados o lluviosos, lograba adquirir un aire fúnebre, melancólico,
enigmático y aterrador. Sin embargo, del día que habló en cuestión, es uno
soleado, es decir, alegre. A pesar del sol abrasador, el aire que corría era
brutalmente helado, y al entrar en contacto con la piel, lo que se percibía, es
parecido a una mordida de alguna especie de grotesco y cruel animal, que en vez
de dientes es poseedor de finas y afiladas agujas que logran penetrar con
facilidad en la piel de aquella victima que sufra su letal mordida. Hasta la
fecha se me hace totalmente extraña e incongruente la temperatura, a
comparación del majestuoso sol que se alzaba aquel día en los cielos.
No
puede decir de donde salió, ni cómo llegó, pero el caso sucedió.
Un
cuervo, tan negro como el carbón, apareció de la nada. Pero este pobre animal
ya no tenía la vida entre sus alas. No. Ya ni siquiera podía planear. Cayendo
en picada, se estrelló justo en medio del lugar donde los arboles dejaban un
espacio en forma circular. El animal aún conservaba todas sus extremidades y la
forma de su cuerpo, a pesar de la fuerza del impacto que tuvo contra el suelo.
¿Qué
cosa lo habrá matado?
No
escuche un sólo disparo, no había depredadores en los alrededores, nada que
amenazara a esta desdichada ave negra. El cuervo, estuvo en el pasto, aun que de
alguna extraña y macabra forma, parecía que estuviera tomando una siesta en el
calmado espacio donde los arboles no crecían, donde el único rey, era un suave
pasto que aparentaba ser como una suave cobija al tacto. Dudé en acercarme a
ese pequeño animal, pero al final lo hice. Cuando comencé a andar en dirección
a su cadáver, un terrible graznido a mis espaldas me detuvo. Fue aterrador,
sentí aún más frío del que ya hacía.
Voltee
lentamente y entonces vi a otro cuervo que seguramente, recién había llegado,
justo cuando yo me acercaba al cadáver de su semejante. Lo miré e igualmente,
él me miró. Esos imponentes ojos atemorizantes, tan profundos como el mismo
abismo, estaban escarbando en la parte más oculta de mí ser, su poder lograba
llegar al centro de mi alma, donde una fuerza inexplicable se apoderó de mí, y
pronto fui presa del miedo. Volvió a graznar, lo cual yo entendí como un aviso
para que no me acercase al cadáver y me fuera lo antes posible de ese lugar. Ni
si quiera lo dudé. De inmediato corrí hacía mi vehículo aparcado a la orilla de
la carretera. No podía pensar en otra cosa que no fuera los obscuros ojos del
ave. No tardé nada en llegar a mi coche, cuidadosamente estacionado, para así
evitar estorbar a alguien que fuera a toda velocidad en el camino. Fue
espantoso que en cuanto me subí al automóvil y busqué mis llaves, caí en la
cuenta de que no estaban en mis bolsillos. Estaba aterrado, no podía pensar con
claridad, estuve unos minutos dentro del coche, hasta que al fin me di cuenta
de lo tonto que había sido por temerle a una simple ave.
Un
poco más relajado me asomé por la ventana, con la mirada busqué mis llaves en
el hermoso prado. Después de observar, por fin las encontré. Abrí la puerta y
caminé hacía ellas como cualquier persona normal lo hubiese hecho. Llegué al
punto, las levanté, pero al darme la vuelta, me encontré con una escena
amenazante, mucho más aterradora que la misma mirada del maldito pájaro, aquel
que me hizo temblar como si hubiese tenido al mismísimo diablo en frente. En mi
vehículo, se habían parado unos diez cuervos. Con un torpe, estúpido, ridículo
y lamentable instinto de supervivencia, arrojé las llaves a uno de los
animales, esperando que los demás se asustaran y salieran volando como viles
palomas, lo cual funcionó. Las llaves se impactaron contra el toldo y los
pajarracos volaron en todas direcciones. Nunca corrí tan rápido, cuando me di
cuenta ya estaba dentro del vehículo nuevamente. Celebré mi victoria triunfal,
hasta que volví a querer encender el auto. Una vez más, las llaves no estaban
conmigo. Alterado, golpee el volante y me maldecía a mí mismo. Concentrado en
mi rabieta, no me fijé que las llaves estaban en los parabrisas. Al notarlo, se
me hincho el corazón de alegría al ver que la suerte se había puesto de mi
lado.
Me
aseguré de que no hubiera un sólo cuervo por ahí y una vez que estuve
totalmente seguro que mi único acompañante era la soledad, comencé a acercar mi
mano a la manija para abrir la puerta del piloto, sin embargo fui interrumpido
por un picoteo en el cristal de los parabrisas. La piel se me erizó de
inmediato, los vellos de mi piel se pudieron de punta, sudor frío comenzó a
brotar de mi rostro. Al dar la cara al picoteo, me topé con el mismo tordo que
me había amenazado cuando estuve a punto de recoger el cadáver. Pero esta vez,
fui testigo de la verdadera y atroz maldad de aquel animal, ya que en su pico,
tenía colgadas las llaves de mi coche. Lo maldije, mientras él tan sólo
observaba con atención mis gritos desesperados. Hasta que se aburrió y voló en
dirección a donde estaba el cuerpo inerte de su semejante, además de otros
cuervos velando el cadáver, en los arboles alrededor del pequeño y pacífico círculo.
Me
vi en un terrible y cruel juego macabro, obra de un maldito pájaro. Mis pocas
opciones se reducían a esperar en el coche, hasta que los cuervos se fueran y
así recuperar mis llaves, ello, suponiendo que el cuervo amenazante no se las
llevara como trofeo de este día; o bien, salir en busca de ese animalejo e
idear el modo de quitarle mis llaves. La opción más viable y efectiva era
obvia.
Salí
del coche en busca de aquel maldito diablo. Para mi sorpresa, los arboles
comenzaron a llenarse de más aves, asistentes al funeral, en cuestión de
segundos. Hubo un breve instante en que el cielo sobre mí se obscureció a tal
grado que el día se convirtió en noche, gracias a una nube de aves arribando al
evento. El viento gélido sopló mucho más terrible que antes, haciendo silbidos
en forma de lamentos desesperados, en gritos ahogados provocados por una
tortura macabra, totalmente inimaginable.
La
poca luz que dejaba pasar el follaje de los árboles, se había vuelto nula.
Millones de graznidos opacaban los lamentos del viento, incluso dejé de
escuchar mis propios pensamientos. En poco tiempo me encontré en el patio
circular sin árboles, donde la luz del sol se había convertido en una especie
de reflector en medio de la total obscuridad, alumbrando el cadáver de un
cuervo. Me atreví a profanar ese círculo sagrado, donde ni un solo animal se
atrevía a pisar. De inmediato los graznidos se hicieron más fuertes, feroces,
amenazantes, repetitivos y aterradores. No me deje intimidar por segunda vez y
me di a la tarea de encontrar el cuervo que robó mis llaves, lo cual fue
inútil, pues al cabo de unos tres minutos de estar buscando, los graznidos
cesaron de un segundo a otro y sólo uno se escuchó a mis espaldas. Una vez más,
el miedo se apoderó de mí, e involuntariamente me hizo voltear al animal que en
ese momento se encontraba junto al cadáver.
Las
llaves estaban en una de sus patas y después de juzgarme con la mirada, lanzó
un segundo graznido. Volvió a hacer contacto visual, penetrando en mi alma a
través de mis ojos. Cogió con su pata las llaves, voló hacia lo alto y las dejó
caer justo frente a mí. Me incliné a tomarlas. Cuando entre mis manos estaban,
me enderecé. El cuervo ya estaba junto al cadáver. Graznó una tercera vez e
inclinó su pequeña cabeza, a lo cual yo respondí con una temerosa reverencia en
forma de gratitud, para después salir a toda velocidad entre aquel silencio maligno
en medio de todos esos cuervos. Cuando estuve fuera del bosque, los incesantes
graznidos volvieron a invadir el silencio del lugar. Faltaban apenas unos
veinte metros para llegar a mi coche, pero a mitad de camino, llegó volando el
mismo cuervo. En vez de graznar a mis espaldas, aterrizó unos cuantos metros
frente a mí y graznó en una especie de grito de guerra. Un grupo de su especie
llegó, batiendo sus alas en el aire y lanzando los mismos gritos del primero.
Entendí de lo que se trataba y comencé a correr veloz al coche, pero ellos
fueron más rápidos. En un instante, el grupo aleteaba junto a mí, formando una
nube que evitaba saber a dónde me dirigía. El ataque inició, sentí como usaban
sus picos como si fueran espadas, mientras desagarraban mi ropa, hasta que
decididos me arrancaron el ojo izquierdo. De dolor caí gritando y frente a mi
rostro a nivel del suelo, estaba el desgraciado cuervo con su mirada macabra,
observando lo que había hecho aquel grupo de desgraciados. La poca vista que aún
tenía comenzó a teñirse roja debido al escurrimiento de sangre proveniente de
la cuenca donde, unos segundos atrás tenía mi preciado ojo.
Lo
miré y en su pico, parecía haber una sonrisa maliciosa por la grotesca obra
agonizante que tenía frente a él. No graznó una quinta vez. No. Lo único que
hizo fue disponer del ojo que aún tenía. La última imagen que tengo en mi
mente, es la de su pico acercándose a mi pupila. Cumplida la tortura, logré
escuchar cómo se alzaba en vuelo, de vuelta al funeral de cuervos.
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