Las máscaras blancas: 9. Solo

9. Solo
El líder fue el primero en salir de la casa de la joven de 21 años. Los miembros de Las máscaras blancas recibieron indicaciones de una persona desconocida, para que les fuera entregado el pago, del asesinato cometido en la mañana, el cual sería divido en seis partes iguales y cada una sería entregada a cada uno de los miembros de la banda. La persona que los contrató tenía delirios muy grandes de persecución, ya que ni siquiera se identificó como miembro de alguna sociedad o institución gubernamental. El líder no estaba del todo de acuerdo en los métodos de esta persona, pero no podía poner objeción alguna en su zona de trabajo. Camino unas cuantas cuadras lejos de la casa de la joven de 21 años, en dirección a donde estaba su coche estacionado. Una vez ahí, se subió, y arrancó en dirección al edificio El Solista, uno de los más altos en el centro de la ciudad. No tenía ni la más mínima idea de a donde se dirigían sus colegas, a excepción del joven de 24 años, quien mencionó algo de ir a un bar en los barrios bajos de la ciudad, aquella parte peligrosa que realmente nadie quería visitar y los que lo hacían, era por que vivían ahí, o tenían asuntos en dicho lugar, o bien por qué no querían ser encontrados. A veces los ricos, poderosos y la clase media, les gusta desaparecer en aquellos lugares donde nadie los puede encontrar, lo cual a veces termina siendo un problema, puesto que si algo les pasa, efectivamente, nadie los encuentra. A nadie se le ocurriría buscar a un rico que vive entre excesos, en una parte tan pobre de la ciudad.
Para su suerte, al líder le tocó ese edificio con hermosas vistas de la ciudad, un lugar que es un centro de negocios, donde también hay despachos contables o jurídicos. Realmente no lo sé con certeza, pero no me sorprendería que en esa torre hubiese un maldito dentista.
Construida a principios de siglo, El Solista, es un edificio emblemático de la ciudad donde residen Las máscaras blancas, así como la gran sala de conciertos Cañadilla.
El joven, avanzaba veloz. Cuando pasó junto a un bar que acostumbraba visitar, donde las noches terminaban en fiestas extravagantes, llenas de bebidas alcohólicas, posiblemente drogas, muchos besos endemoniados, robos mediante seducción y toda la perversión que se le pueda ocurrir al humano. El lugar esta lleno de luces cálidas colgando del techo, dándole un aspecto muy peculiar que lo hace resaltar entre los demás bares de la ciudad, además tiene paredes de madera, una barra con un alegre barman que porta un bombín y un bigote ridículo del cual todo mundo se burla a su lado, lo cual le da una popularidad extrañamente cruel de la cual goza con emoción y alegría. Los que beben charlan, los que no lo hacen, bailan, mientras que los más lentos se detienen a coquetear con alguien en la fiesta, en espera de una noche tremenda, que de seguro no tendrán ni el menor recuerdo de lo que en realidad sucedió, pues todos sin excepción están bañados en alcohol, excepto el barman bigotón. Él aprovecha la ebriedad de todos para hacer los cobros mal y obtener una ganancia extra de los bolsillos de cada ebrio en la barra. Suenan ritmos que mantienen a los bailadores con los corazones latiendo a mil por hora, mientras su sangre circula veloz a través de sus extremidades en constante movimiento. Es una fiesta demente, pues nadie tiene idea si está bailando en el siglo veintiuno, en los felices y descabellados años veinte, o en una licuadora gigante donde cada uno de los presentes se mezclan entre sí en una danza rápida, repetitiva  y alocada en niveles descomunales.
Al líder le fascinaba visitar ese lugar por lo menos una vez al mes, relajándose en ese ambiente que a cualquier otro pondría un tanto nerviosos e incómodo. A pesar de ser el más viejo del grupo, no se debe olvidar en ningún momento que sigue siendo lo que los adultos llaman hombre, los viejos llaman mocoso y los más pequeños, nombran señor.
Antes de convertirse en un despiadado asesino a sueldo, este joven llevaba una vida tranquila en lo que cabe. Trabajaba en un supermercado de la ciudad, donde tenía un salario decente que lo satisfacía en su totalidad, ya que no tenía familia ni alguien que dependiese de él, hablando en términos económicos. No tenía motivo alguno para convertirse en un despiadado asesino, claro que no me atrevo a decir que en su totalidad fuese un villano, pues, puede ser cierto que mataba a personas por dinero, a ordenes de personajes macabros con deseos de ver a sus enemigos morir, pero a pesar de ello, la mayoría de las personas que morían bajo su gatillo siempre tenían algo que esconder, una pequeña historia que de ser descubierta, les pondría la soga al cuello, o de plano, un largo historial que por alguna extraña razón aun no les había acarreado una muerte con los pies atrapados en un bloque de cemento, mientras se ahogaban en las partes más profundas de la costa.
Este joven no tenía ni si quiera un incentivo o algún trastorno en su infancia que lo orillase a la vida criminal.
Todo comenzó un día, cuando se encontraba cobrándole a un muchacho más chico que él, una cajetilla de cigarros. Le parecía sorprendente que un mocoso tan pequeño tuviese una tarjeta que lo identificara como mayor de edad y que abusara de ella para comprar vicios. Le parecía que algo andaba mal. En ese momento fue con el gerente del supermercado, para expresarle su sentir, que fue más bien una queja. Por supuesto, el gerente se burló de él y le dijo que se largara a hacer su trabajo sin decir estupideces que pudieran hacer enojar al dueño de la gran tienda. Obviamente el líder se sintió inferior y brutalmente ignorado. Por ello, cuando llegó la hora de su salida, no se fue de inmediato a su casa, en cambio, decidió esperar a su asqueroso jefe que tenía delirios de grandeza y lo trató de estúpido.


~*~

El gerente salió, llegó a su coche, que estaba parado en el estacionamiento fuera del supermercado. Abrió la puerta de su vehículo, todo estaba perfecto, no había nada de lo cual preocuparse, era una noche tranquila. El problema fue cuando el pobre hombre recibió un violento golpe en la cabeza que lo dejó brutalmente aturdido. De inmediato volteó a ver quién era el agresor, el detalle era que este tenía una bolsa de papel, que a lo largo tenía la palabra “panadería”, además poseía dos hoyos que dejaban ver unos ojos blancos de iris marrón.
Un loco seguramente.
El gerente intentó defenderse, pero recibió un segundo golpe que le hizo estallar la nariz. Aquel rufián, golpeaba con una fuerza sobrehumana.
Se disponía a darle un tercero, pero el gerente, a pesar de tener una cascada de sangre saliendo de su nariz y tener un agobiante dolor de cabeza, fue lo suficientemente rápido para esquivarlo. El puño dio contra el cristal de la puerta, agrietándolo, mas no rompiéndolo. El gerente se tiró al suelo por esquivarle, a lo cual, después de haber agrietado el cristal, el agresor se lanzó sobre él, golpeándole la cabeza con más saña. Fueron demasiados impactos como para contarlos todos. El gerente perdió el conocimiento después de un rato.
Cuando el pobre hombre dejó de moverse y emitir sonidos, el agresor se levantó, contempló complacido su obra y camino a casa. Un par de cuadras después del súper mercado, entró a un callejón obscuro, totalmente vació donde se quitó su máscara improvisada que aún tenía migajas de pan. Por supuesto, quien estaba debajo  de la bolsa de papel, era el joven molesto por la respuesta del gerente a su opinión sobre vender cigarros.
Esa noche fue cuando se dio cuenta de que realmente era capaz de más cosas de las que imaginaba. El cómo se convirtió en un criminal no tiene mucha relevancia. Su vida entre haber dejado de trabajar en el súper mercado y formar a Las máscaras blancas, tampoco es importante, pero fue la época en que se convirtió en un asesino a sueldo, en el trayecto conoció a personas que después serían sus compañeros.

~*~

No iba pensando en muchas cosas durante el camino a El Solista, por eso se le hizo aburridamente largo. Después de un rato llegó al edificio. Estacionó su coche, cerca de este, para tener una salida rápida en caso de que las cosas se pusieran tensas o algo saliera mal y necesitase un escape rápido.
La construcción tenía un constante flujo de personas entrando y saliendo de ella a todas horas, todos los días desde que se terminó su construcción. Entró sin mostrar alguna conducta sospechosa. Tomó el elevador para subir. Una vez ahí dentro aplasto el botón del número del piso al que iba. Cuando comenzó a subir abrió la mariconera que llevaba colgada al hombro, pues ahí se encontraba su máscara y no entraría a ningún lugar donde no conociera al cliente sin su máscara puesta. Antes de ponérsela, comenzó a recordar como fue el cambio de disfraz.
Cuando llegó la chica de 21 años de edad, ella opinó que las bufandas, lentes de soldadura y fedoras, creaban un conjunto muy acalorado para el lugar donde Vivian, pues era una costa con altas temperaturas, que a pesar de ser extremadamente placenteras, con un atuendo tan abrigado, se convertían en un instrumento de tortura. Ese día, el líder se puso a pensar en alguna solución. Al principio pensó en usar el emblemático rostro de Guy Fawkes que usaba V, el personaje de la novela gráfica de Alan Moore, pero consideró que era algo ya muy gastado. Después de tomar en cuenta la posibilidad de incluso usar bolsas de papel, se le ocurrió hacer un diseño propio. Ese mismo día que la joven de 21 años irrumpió en su casa “segura”, tomó una hoja de papel, donde hizo un gran circulo, que en su interior tenía otros dos, los cuales serían los hoyos para los ojos.
Triunfante le enseño al grupo su simple dibujo.
-Está muy…- comenzó a decir la pequeña de veinte años de edad.
-Me parece que su simplicidad la hace una figura elegante y fácil de recordar- se apresuró a opinar el joven de veintitrés, que en ese momento tenía veintidós.
-No te enojes, Tom, pero está muy “equis”- concluyó sin rodeos y directo al grano, el joven de veinticuatro años.
-¿Puedo opinar?- preguntó la chica de veintiuno.
-Pues ya deshicieron mi idea, así que no veo cual sería el problema en que tú también dijeras algo, digo, ya entraste por tus pistolas al grupo- dijo el líder.
-Está bien, entonces préstame esa hoja- el líder obedeció a la chica.
Ella sacó de su bolsa un lapicero y se apoyó en una mesa para dibujar en el boceto del nuevo rostro de la banda. Recargo tanto su cuerpo sobre la hoja que más bien parecía que se había acostado en la hoja, en vez de arreglarla. Al cabo de un minuto alzó la hoja. A los dos círculos más pequeños les resaltó el contorno y les agregó un lagrimal, a la parte baja del círculo grande, le puso una especie de dientes, dos en la parte media, que terminaban en puntas achatadas, y a los costados de estos, un triángulo escaleno; eran dientes. El grupo lo aceptó bastante bien, diciendo todos a coro –Cool-. La chica de veintiuno se encargó de hacer las máscaras. En el siguiente asalto, encargado por Elizabeth Ruina para matar al político Bruce Reller, ya eran Las máscaras blancas.
Después de situarse en el pasado unos cuantos minutos, se puso su máscara y por fin llegó al piso donde le habían dicho que tenía que estar. Llegó a la hora exacta, sin un solo segundo de retraso o adelanto. Cuando se abrieron las puertas del elevador, dejaron ver una ante sala a una habitación que obviamente era más privada.
Entró.
La ante sala tenía un sillón y una pequeñas mesa con una lámpara encima. En cuanto alzo su brazo para llamar a la puerta, esta se abrió de inmediato. Un tipo con aspecto de guardaespaldas le dio la entrada. El lugar era un pasillo que deba a distintas habitaciones u oficina, sus paredes eran rojas y tenían muchos reconocimientos y diplomas enmarcados, colgados a lo largo. El hombre aquel lo condujo a una puerta a donde le indicó que entrase él solo. Tomó la perilla de la puerta y la giro de manera tranquila. Empujó la puerta y al entrar se topó con un escritorio que detrás tenía a alguien sentado en una silla de ruedas.
Una mujer hermosa, de fantástico cabello café, ojos verdes, y un magnifico rostro que a la vista demostraba poder, presencia y exquisitez en más de un sentido. Ella era la perfección encarnada.
-Hola Tom- saludó ella con una voz angelical.
-Elizabeth- contestó él, perplejo -¿Fuiste tú?-
-Para nada-
-¿Entonces que hace aquí?-
-Vaya forma de saludarme mocoso tonto-
-Lo siento. Buenas noches mi señora-
-¿Señora? Vaya, cuando lo dices tú me duele más. Ya quítate esa cosa, te conozco demasiado bien como para que me ocultas tu rostro- dijo la mujer señalando la máscara blanca, a lo cual obedeció de inmediato.
-¿Qué hace aquí?-
-¿Por qué me hablas de usted?-
-Tú me dijiste que lo hiciera-
-Te dije que sólo cuando estuviera alguien más con nosotros-
-Bueno, perdón, yo pensé…-
-“Yo pensé…” Pues a mi parecer, no piensas mucho cuando te calientas-
Tom no pudo evitar el ruborizarse un poco, pues Elizabeth Ruina era de esas personas que desarmaban a cualquiera que se le pusiera enfrente. Con tan sólo 38 años siendo la mafiosa más poderosa de la ciudad, era gracias a su carácter, su facilidad de palabra y el encanto natural que irradiaba desde esa silla de ruedas.
-Ay pero que cosas- dijo Tom al no pensar en nada más que el pasado.
-No importa, tigre- guiñó un ojo Elizabeth. –Me gustaría tenerte aquí para divertirnos un poco, pero me temo que no es así. Tom, he venido a advertirte que esta noche se quieren deshacer de ustedes-
-¿Deshacer dices?-
-¡Matarlos, carajo!-
-¿A nosotros?-
-No estúpido, a tu hermana ¡Obvio que a ustedes!
-¿Quién?-
-Sabes que puedo conseguir muchas cosas, pero la información de boca en boca en esta ciudad, termina pareciendo un juego de teléfono descompuesto-
-No importa-
-Mira, a pesar de que con tu ayuda y los chicos, logré quitar a Zarza del camino, me temo que nunca he sido capaz de meterme en sus asuntos. Mis infiltrados terminan siempre en la costa. No sé cómo los descubre ese cabrón. Aun así, uno de mis muchachos tiene una novia, que tiene un primo con un amigo que tiene un hermano que es chico de Zarza-
-Esa es una muy buena fuente de información- opinó sarcástico Tom.
-Cállate tarado. Este chico, mencionó que su jefe estaba interesado en la persona que se iba a cargar a todas las máscaras blancas, es decir, tus amiguitos y tú-
-Pero ¿Por qué?-
-No hago milagros, guapo, Zarza sabe ser descrito, pero los muchachos de esta persona, no tanto, así es como supe que les dividirían el pago y a ti te citarían aquí… un poco más arriba. Pero antes quería avisarte de lo que me enteré y con una ayudita te hice venir aquí-
-Está bien-
-Me temo que por el momento no te puedo ayudar más-
-Gracias de todas formas-
-No me agradezcas, será mejor que andes con cuidado-
-¿Crees que sea buena idea que vaya?-
-No amor- respondió con un tono cruel y burlón la hermosa dama.
-¿Qué quieres decir?-
-Que eres un pendejo. Ya estas lo suficientemente grandecito como para tomar tus propias decisiones, además no soy tu madre, ¿O te acuestas con tu madre?-
-No- respondió apenado Tom.
-Debes aprender a ser un hombre y saber qué hacer en situaciones peligrosas, donde la única ayuda con la que cuentas es la tuya, porque me temo, cariño, que esa es la vida real. Podrás hacerte de amigos y gente que te apoye, pero empiezas solo, vas solo y terminas solo. Todo lo que haces, al salir de casa, comienza a tener consecuencias, consecuencias buenas o malas según lo que hagas. Yo vivo todos los días preparada para mi muerte, porque estoy consciente que la vida que llevo, no es honesta y en cada rincón hay amenazas para mí-
-Tienes razón-
-Siempre la tengo, Tom-
-Gracias Elizabeth-
-De nada, fue un placer verte pero debo regresar a mi casa para arreglar unos asuntos…-
-¿Esta es oficina tuya?-
-¡Ay no! Para nada. Desde el accidente, los edificios altos y yo no somos muy buenos amigos, pero era necesario venir por ti-
-Muchas gracias Elizabeth-
-Además, esta creo que es la oficina de un periodista o quien sabe, no importa- Ruina miró su reloj dorado de muñeca –En un cuarto de hora te verán en el helipuerto, mientras tanto puedes estar aquí, pero yo ya me voy. Fue hermoso verte Tom, espero que me vayas a visitar pronto-
-Por supuesto Elizabeth-
Elizabeth Ruina, salió en su silla y cuando abrió la puerta, el resto del camino la fue empujando el guardaespaldas. Tom se quedó solo en la oficina que tenía un gran ventanal que dejaba ver los edificios vecinos.
Admirando la ciudad se dio cuenta que ya era la hora de subir. Seguía algo confundido por lo acababa de decirle Elizabeth Ruina, por eso no pudo pensar demasiado cuando salió de la oficina y subió al elevador.
Dentro de esa caja de metal, era apenas perceptible una canción titulada Lonesome Town, proveniente de una pequeña bocina situada en una esquina, pegada al techo. Presionó el botón para llegar al helipuerto. Comenzó a sentir una especie de vacío, pues estaba perfectamente consciente de que en algún momento llegaría el día en que lo atraparían y usarían su cabeza como trofeo, pero nunca pensó que sucediera tan pronto. Sonó un timbre, avisando que ya había llegado al helipuerto. Las puertas corredizas del elevador se abrieron y dejaron ver muchos hombres armados, apuntando en dirección a él.
No había salida.
Abrieron fuego, todos a la vez.

Las balas lo agujereaban como si fuera un vil trozo de pan siendo mordisqueado por un bebé descuidado. Sangre manchaba el interior del elevador. Se hacían agujeros en las paredes dentro. La bocina dejó de emitir su suave canción. Tom ni si quiera tuvo tiempo de gritar o asimilar que estaba muriendo. Fueron apenas unos segundos de disparos antes de que cayese muerto al suelo.

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