Preludio al amanecer

Preludio al amanecer
Fría, era la mañana de aquel 29 de diciembre. Los botes en calma se mecían de un lado a otro, tal cual mecedoras en el helado puerto. Los peces tranquilos nadaban, disfrutando de la gélida temperatura del agua, sin inmutarse un poco si quiera, pues estaban acostumbrados a ello. La niebla habitual de las cinco de la mañana reinaba en sus amplios territorios, tal como es costumbre diaria de los fríos inviernos en los muelles. Unos cuantos metros más allá, la arena mojada descansaba con un manto de agua nieve cubriéndola, al igual que una cobija resguardó alguna vez a los pueblerinos del muelle, durante esa época brutalmente fría. Debería haber pescadores preparándose para hacer su trabajo habitual que consiste en capturar inocentes seres marinos y llevarlo después a vender en el pueblo.
Pero no.
No hay ni un alma en el lugar, no hay nada con vida, a excepción de los peces, las curiosas algas que danzan al son de una pieza lenta y muy romántica, que ellas gozan todos los días y unas peculiares tortugas acostumbradas al clima, que anda despreocupadas por el pavimento del pueblo. Nada con vida, ni siquiera el cadáver cubierto con una red de pescar y una cobija a cuadros, que se encuentra oculto en uno de los diez botes que se mesen en un prestigioso y tranquilo descanso con el danzar de la marea.
El sol se encuentra oculto por la densa niebla y más arriba por las grises e imponentes nubes, listas para soltar un diluvio amenazante, que en este momento, es tan solo una suave brisa que acaricia las cosas tal como la piel del pequeño bebé recién nacido del carnicero, que está a punto de amanecer despellejado en la sección de carne importada en el mostrador.
Las dulces gotas caen despreocupadas en el agua haciendo ondas en círculos a su alrededor, chocando unas con otras creando estruendos rotundos sin que nadie logre notarlos, pues son apenas audibles, incluso para las algas que viven bajo el agua. Unas pisadas hacen crujir la vieja madera del muelle construido hace ya demasiados años como para mencionarlos. En un "crack" ruge la tabla más podrida al quebrarse con la pisada del pie derecho, propiedad del hombre que sin cuidado y con andar torpe se pasea por el muelle. Botas enormes y presumiblemente impermeables, cubren sus pies, que igualmente tienen una capa de unas gruesas y algo gastadas por el pasar de los años, calcetas grises. Un pantalón negro ligeramente grueso, pero lo suficiente para protegerlo del frío y evitar que sienta las terribles punzadas del aire invernal costero, resguarda sus velludas piernas, pues gruesos pelos cubren gran parte de la piel en sus piernas, agregándole un toque más de cobijamiento. Un cinturón negro sostiene al grande y pesado pantalón. La camisa a cuadros gris de manga corta le da un aspecto triste, que desentona con su camisa de manga larga blanca, ligeramente descolorida por el uso durante los días de sol. Una bufanda gris obscuro, cubre su grueso cuello.
No obstante, a pesar de su gruesa vestimenta, viste un largo abrigo de hule amarillo utilizado para evitar el mojarse por la suave brisa. Además tiene un gorro gris de lana. "Picoso gorro lleva usted, buen hombre" hubiera dicho el niño ahora chamuscado que se encuentra colgado a la vista de cualquiera en un poste de electricidad, situado en la avenida principal.
El hombre camina torpe y de no mirarlo tan de cerca, nadie notaría la mancha de sangre en su abundante barba, acompañada de un peludo bigote. Un cortador del carnicero, cubierto con sangre que debería ser de algún animal, pero no es así, es el utensilio que porta su mano, arropada por uno de esos curiosos guantes que dejan al descubierto las puntas de los dedos. Sigue caminando, hasta llegar al final del muelle, donde se detiene, con los ojos blancos ausentes, a contemplar el paisaje que cubre la neblina. Esos ojos blancos recorren pacíficamente el entorno, admirando el dulce preludio al amanecer que está a punto de observar.
Pues el día, comienza a aclarar.
No queda ni un alma en el pueblo, pues los cincuenta y tres habitantes fueron asesinados, de formas distintas. El carnicero tiene su "magnífica colección de preciosos cuchillos" como el la llamaba, incrustada en distintos puntos del tórax. Un pescador fue sumergido en el agua mientras gritaba, dando paso a cantidades sorprendentes de agua, hasta que murió ahogado. Las cenizas del panadero, descansan relajadas en su horno para pan junto a las de su hijo. La cabeza de la hermana más grande de la familia Butch, duerme plácidamente en su almohada, mientras su cuerpo recostado en el suelo disfruta del panorama que supone el techo pintado de color azul de su habitación. La casa de gobierno, sigue ardiendo en llamas, a pesar de que ya ha finalizado la sangrienta noche. La señora Ramuf se encuentra escondida detrás de un árbol, mientras sus viseras forman un pequeño monte en el pasto a su lado. El hombre de los ojos blancos se deja caer al agua helada después de haber completado su tarea.

Pues el día, comienza a aclarar.

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