10. ¡Quítenle los
ojos!
Hasta este punto, no debería ser nada
sorprendente ver un joven alto de veintitrés años de edad cubriéndose, detrás
de una camioneta de batea, de las muchas balas que silban hacia él, impactando
contra el costado del vehículo algunas, mientras que las otras que no dan en la
coraza metálica del automóvil, se van a topar con la pared al fondo.
Sudado, con
respiración agitada, una pistola y algunas balas en su poder, al muchacho le
tiemblan las manos y su transpiración hace que cada vez sea más difícil
sostener su arma e incluso su propia piel, agregándole que está empapado en
sangre de otras personas de las que tuvo que deshacerse poco antes de
encontrarse acorralado en esa situación deplorable, trágica y hasta el momento,
sin salida. A pesar de todo, esta enfurecido, pues su nueva playera blanca tipo
polo, esta embarrada de un color rojo con aroma a oxido.
No se explica el
cómo es que un estacionamiento se convirtió en una feria de balas, con muchos
cuerpos ensangrentados y casquillos tirados en el suelo, coches con cristales
rotos y pequeños agujeros hechos por disparos. Tan solo iba a recibir el pago
por un trabajo hecho en la mañana.
Esa noche lo que
debía tener en sus manos era dinero, en cambio, empezó con su dedo metido en la
cuenca ocular derecha de un hombre con
cara de pocos amigos y un parche, de gasas y cinta adhesiva micro porosa, en el
ojo izquierdo. Mientras que a su alrededor, las muchas personas ocultas que
acompañaban a dicho caballero, comenzaron a abrir fuego.
Era él solo
contra todo ese gentío que estaba ahí, única y exclusivamente para matarlo.
Pero estaba capacitado. Uno a uno se deshizo de ellos. Veloz, salvaje, fiero y
ágil son palabras que ni si quiera le
llegan a los talones a la verdadera descripción de su método de combate.
Lo lógico aquí,
sería hablar del como terminó cubriéndose detrás de una camioneta, no obstante
sólo sería un palabrerío lleno de descripciones, de cómo el sudor comenzó a
aumentar poco a poco, así como los cadáveres en el suelo, mientras muchas armas
lanzan balas apresuradas que terminan siendo esquivadas, o bien acaban su
recorrido en algún pobre diablo que también lanza algo, pero no son balas, más
bien son pedazos de cerebro, o piel, acompañados de mucha, mucha sangre.
No es necesario
nada de eso, se puede tener de manera fácil dicha idea. Lo único que sí resulta
ser necesario, es regresar un poco antes de que el joven llegase al
estacionamiento.
~*~
-¡Vamos hijos de
puta! ¡El jefe dijo que ese bastardo llegaría dentro de quince minutos!-
ladraba un tipo gordo, a los que estaban ahí para manejar cualquier situación
que se presentará en caso de que el asesinato de un simple mocoso de veintitrés
años, se tornara algo más difícil de lo planeado -Si llega y nosotros no
estamos listos ¡Ya pueden darse por muertos!-
No es ni si
quiera relevante decir que el hombre a cargo ya sabía lo que pasaría, conocía
bien los movimientos de la banda a la que pertenecía el chico. Su velocidad, su
ira, sus tácticas, pasos, armas, todo, lo sabía todo, pues tuvo la mala suerte
de perder un ojo en un ataque hecho por Las máscaras blancas, un par de meses
atrás, cuando estaba de infiltrado en casa de Homero Mumolo.
En el tiroteo en
casa de Mumolo, una bala de Las máscaras blancas, le dio en la pierna. El
desgraciado cayó sobre una silla de madera que destruyó, haciendo volar
demasiados trozos y partes de madera astillada. Uno de esos pedazos se le
incrustó en el ojo. A eso se debe su insistencia y preocupación, de estar
preparados para la llegada del joven.
Todo quedó listo
a tiempo. Cada persona presente oculta, con las armas listas para tirar a
matar. Trampas colocadas en todos lados para hacer volar los coches en caso de
que el muchacho intentará irse en alguno. El equipo de refuerzo esperando a
cubrir la entrada del estacionamiento subterráneo, cuándo entrará el chico en
su vehículo. Todos estaban listos y aun así, no era suficiente contra un mocoso
que gustaba de bailar, matar, comer, dormir, y que además estaba listo para
todo y fue moldeado por la vida en las calles más perversas y diabólicas de la
ciudad. Esa zona que todo mundo llama Los barrios bajos.
El cabecilla
estaba listo, de pie en medio del estacionamiento, cuando llegó el chico en un
automóvil amarillo. Un coche hermoso, algo viejo, pasado de moda y sin duda
alguna con un par de achaques, pero al
fin y al cabo, hermoso en verdad, como una pieza de arte abstracto.
Estacionó justo
frente al hombre con el parche en el ojo izquierdo. El chico llevaba puesta su
emblemática máscara blanca, la cual, por cierto, era la más maltratada de las
seis. Una pequeña ruptura cruzaba el ojo izquierdo de la máscara. Daba el
aspecto de haber sido arañada por un oso salvaje.
-Buenas noches-
inició el chico –al parecer el cliente no mentía cuando dijo que portaba
orgulloso un parche de pirata- dijo antes de reírse burlonamente del hombre que
hacía un esfuerzo sobrehumano para no lanzarse y disponer del atractivo ojo
gris del muchacho, que escondía la sombra que proyectaba su máscara.
-Buena noche
joven-
-¿Y bien? ¿Dónde
está el dinero?- preguntó apresurado el chico.
-¿Usted no me
recuerda?- evadió la pregunta el hombre.
-¿Debería
hacerlo?-
-Tal vez no-
-Yo recordaría
sin duda alguna su parche, capitán- mencionó el muchacho, resaltando la última palabra.
-Tiene un humor
muy peculiar-
-Me lo han dicho
un par de veces, pero comúnmente los que lo dicen, pueden apreciarlo con sus
dos ojos- terminó mientras se reía de su propio chiste.
-Un humor
desesperante-
-A mí me gusta-
-¿Le mencioné que
su equipo me quitó mi amado ojo?-
-¿En serio?- el
chico comenzó a carcajearse burlonamente del hombre.
-Me deben un ojo-
-¿Ah, sí?-
-Fue en casa de
Mumolo-
-No tiene mucho,
eso explica la poca gracia que tiene su parche-
-Es un idiota-
-Miré, algún día
podrá vengarse, pero hoy me tengo que ir. Con mucho gusto le dejo mi número,
nos tomamos un café y luego vemos quien pierde primero el ojo. Ahora, no se quiera
hacer tonto con mi dinero ¿Dónde está?- terminó sentencioso el joven.
-Aquí- dijo el
hombre moviendo su brazo derecho que tenía oculto atrás de su espalda, aunque
en vez de haber una maleta con muchos billetes, había una barra de metal, que
parecía más bien un bate de béisbol.
-¿Sería usted tan
amable de sacarlo?-
-¡Claro que sí
muchacho!- dijo el hombre con un cambio de humor repentino mostrando una
sonrisa alegre y hablando con una emoción típica de un niño que asiste a un
parque de diversiones y le ofrecen mucho caramelo gratis. Aunque su humor no
era acorde con su brusco movimiento, lanzando un golpe con el bate metálico, a
la cabeza del chico.
En el impacto, la
máscara se quebró en dos, a partir de la ruptura que surcaba el agujero
izquierdo. La parte más pequeña salió volando y fue a impactarse en algún lugar
lejano de ahí, mientras que el resto de la máscara acompañó al joven en su
caída. A pesar del golpe, ni si quiera llegó al suelo, pues antes de hacerlo,
interpuso sus manos, para poder levantarse con un movimiento aún más veloz y
sorpresivo que el golpe con el bate de metal. Una vez arriba, se aventó al
hombre, el cual perdió su ojo sano, cuando el chico ensartó su pulgar en este.
Muchos gritos agonizantes salían de la boca del ciego, mientras se escuchaban
explosiones de armas alrededor. Esta vez, el chico, sí se dejó caer al suelo,
donde velozmente se metió debajo de su hermoso vehículo amarillo, para cubrirse
de los disparos. No estuvo mucho tiempo ahí, pues el enfrentamiento se volvió
dinámico.
-¡Quiero que le
quiten los ojos a ese malnacido!- gritaba el ciego desesperado a su gente,
mientras pataleaba y gritaba del dolor, tirado en el suelo. Parecía como la
rabieta que hace un niño en la juguetería cuando no consigue el producto
deseado y se deja caer al piso bajo protesta haciendo un berrinche, mientras
grita y lanza puñetazos y patadas en todas direcciones. Claro que está escena
del niño es digerible, a diferencia de la del ciego, que tiene mucha sangre
brotando de donde alguna vez estuvo su ojo. Gritos desesperados rebotaban en
cada rincón del estacionamiento.
Lo que sucedió
después ya es bien sabido.
~*~
El chico no
encontraba salida alguna del sitio donde se encontraba, ya había perdido la
cuenta del número de personas que había matado. Además, los gritos del ciego
seguían y no lo dejaban pensar con la claridad requerida para idear un plan que
lo sacara de su acorralamiento. El ciego no paraba de ladrar una única frase,
que ha decir verdad, era mies una orden: “¡Quítenle los ojos!”.
Lo único que
pensó al momento, fue entrar en la camioneta, y probar si aún era capaz de
avanzar, para su suerte, aun daba un último suspiro que le bastó para poder
avanzar unos metros a algunos coches intactos. Una vez ahí, eligió uno de los
que salieron cuatro de los que estaban armados. El grupo que iba a matarlo,
jamás pensó que agarraría alguno de los vehículos en los que ellos llegaron,
por esa razón, el chico tuvo la suerte de no ver como el carro se prendía en
llamas al encenderlo. Salió a toda velocidad del cajón donde estaba
estacionado, avanzó veloz contra los atacantes que terminaron siendo como pinos
de bolos. Como cereza al pastel, pasó aplastándole las piernas al ciego,
incrementando el dolor que de por sí, ya sentía.
Subió los otros
tres niveles del estacionamiento subterráneo y por fin llegó a la entrada donde
lo esperaban los refuerzos en distintos coches, tapándole la entrada. Pisó a
fondo el acelerador, tomando todo el impulso posible. Se impactó contra los
coches que la hacían de muralla. Lo cual no le fue de mucha ayuda, más que para
librarle el camino, y darle el tiempo suficiente para bajar al inconsciente del
coche contra el que se estrelló, el cual estaba ciertamente menos dañado que el
que usó para destruir la defensa en la entrada del estacionamiento.
El nuevo vehículo
era veloz y la radio, estaba reproduciendo un disco de Nancy Sinatra. Avanzó
huyendo de la gran caravana de matones que lo perseguían, mientras en las
bocinas dentro del automóvil sonaba These Boots Are Made For Walkin.
Su noche se
convirtió en una persecución a toda velocidad por la ciudad.
~*~
-¿Queda alguien
aquí?- preguntó el ciego, intentando ocultar el dolor que se incrementaba a
cada segundo.
-Aquí estoy señor
Paul- gritó una mujer que se tenía una herida en su brazo.
-¿Quién eres?-
-Mónica Luc…-
-¡Ah tú! Eso está
bien ¿Queda alguien más?- interrumpió su presentación, el ciego.
-No señor, están
todos muertos-
-Carajo… ¿Tienes
señal en tu celular?-
-Sí señor-
-¿Puedes
caminar?-
-Sí-
-¿Puedes ver?-
-Sí-
-Entonces llama a
Francesca Crono y pásamela-
Mónica obedeció,
sacó su celular que a pesar de estar casi diez metros bajo tierra, tenía señal.
El ciego Paul le dictó un número y luego ella le entregó el aparato para que
pudiera hablar con el perro letal del mafioso Zarza. Esperó un par de segundos
a que contestara.
-¿Francesca?
¡Carajo, pásame a Francesca imbécil!- a juzgar por la reacción alterada de
Paul, la llamada fue atendida por otra persona y no Francesca Crono –¡Francesca! Tengo un problema, sí, se me fue
ese bastardo así como mi ojo bueno y mi posibilidad de caminar. No, hazme un
favor y cuando lo atrapes, tortúralo, quítale los ojos y después dáselo a… oh
sí, ya me entiendes. Estoy consciente de lo que me va a pasar, de todos modos,
créeme que no voy a salir de este estacionamiento con vida, es más, si Zarza
decide matarme, me está haciendo un bendito favor. ¿Es una broma? ¿Me acabas de
decir “nos vemos”? Me temo que ya no nos podemos ver después ¿Te estas burlando
acaso? ¡No me cuelgues! ¡Desgraciada!- pero ella colgó -¡Ah! ¡Carajo,
malnacida!-
-¿Qué sucede,
señor Paul?- interrumpió Mónica, las maldiciones del ciego.
-Me colgó esa
cabrona-
-Que mal-
-No tanto como
nos irá a ti y a mí, y cualquiera que haya quedado arriba con vida y no haya
podido evitar que se fuera ese canijo-
-¿Nos matarán?-
-Ya estamos
muertos, si estas en posibilidades de huir, hazlo cuando antes, Francesca no
sabe que hay alguien más con vida, pero en cuanto llegue aquí, después de haber
atrapado al máscara blanca, ten por hecho que hará un reconocimiento de los
cuerpos y se dará cuenta de que le falta uno. Así, que tú que aun puedes,
corre, y corre muy lejos, lo más que puedas-
-Está bien señor
Paul, muchas gracias-
-Ni si quiera
pases por tus cosas, ve directo a las afueras de la ciudad y viaja a algún
lugar lejano, salte del estado de ser posible. En el maletero de mi coche está
el maletín que hubiera sido el pago del máscara blanca-
-¿Realmente le
iban a pagar?-
-¡Por supuesto
que no! Era puro teatro, como el asesinato de esta mañana. El dinero era una
herramienta para convencerlo de que no le haríamos nada, pero yo me desvié del
plan-
-De verdad
gracias señor Paul-
-¡Corre mocosa!
Aun eres joven y capaz ¡Huye!-
~*~
El joven avanzaba
lo más rápido que podía en el coche que ya tenía varios golpes de sus
perseguidores, que en intentos desesperados por detenerlo se lanzaban contra él
para hacerlo chocar, aunque dicho plan, no funcionara en ninguna ocasión, pues
el chico era hábil al volante. Los golpes que le daban, no lo hacían
estrellarse, y los demás lograba esquivarlos, ya fuera acelerando o frenando,
haciendo que el vehículo que se le aventara terminase destruido contra otro.
Iba pasando junto
a la plaza comercial Naileum cuando se escuchó un estallido ensordecedor. Cuando volteó a ver que había
provocado ese ruido, vio fuego que hizo elevar una gran nube de humo hacia el
cielo, sin duda producidos por una explosión. La noche no tenía mucha cordura,
y la poca que aun poseía se perdió cuando unos metros más delante de la
explosión, al costado del coche en el que iba, se emparejo un Aston Martin DBS
de color rojo. Sólo una persona en toda la ciudad tenía ese coche, y únicamente
aparecía cuando las cosas se le salían de control a Zarza y mandaba a su arma
mortal para resolver el problema.
Francesca Crono.
Nadie sabía de donde había salido exactamente, ni cuáles eran sus orígenes, ni
si quiera estaba seguro el mismísimo Zarza de que ese fuera su verdadero
nombre. Era como una sombra, sigilosa, precisa y sin temor. Hábil con la
pistola, los cuchillos, el manejo de bombas. Siempre vistiendo de rojo, tal vez
era la única característica que no compartía con las sombras. Ella era
increíblemente llamativa, desde su vestimenta con tonos del rojo vivo, hasta su
altura y su rostro imponente, algo masculino. Los que tuvieron la mala suerte
de toparse con ella, o cometieron el error de cruzarse en su camino, no
vivieron para contarlo. El joven sabía que ella estaba ahí por él.
Al voltear a ver
el coche, su vista se encontró con una sonrisa asesina y una mirada decidida.
Era sin duda el diablo en la Tierra. El muchacho se distrajo más tiempo del que
debía. Francesca en su Aston Martin, se lanzó contra el pobre coche del chico.
Perdió el control y se estrelló contra un camión de refrescos. La persecución
había terminado.
El joven estaba
consciente a pesar del choque y el golpe que este recibió, que le rompió
algunos dientes y quebró un par de costillas. Francesca frenó, detuvo su coche,
se bajó y caminó en dirección al chico quien, con muchos esfuerzos se bajó del
coche y se arrastraba como un vil gusano en el concreto de la calle.
-¿Qué tal
Benjamín?- saludó la alta mujer.
-Jódete- escupió
a su zapato el joven.
-Esa no es forma
de saludar idiota- dijo ella antes de soltarle una patada en la cabeza, que
ciertamente lo aturdió más que el choque mismo.
-Si tu estas
aquí, eso quiere decir que Zarza organizó todo esto ¿Me equivoco?-
-Bueno, eres más
inteligente de lo que pensé…-
-¿Por qué Zarza
nos quiere matar? Supongo que su idea fue dividir el pago y encargarse de cada
uno de nosotros por separado, para poder tener todo bajo control-
-Aunque no lo
suficiente-
-¿Qué quieres
decir?-
-Es verdad que
Zarza está involucrado en esto, no obstante, mi querido jefe no es el verdadero
rostro de todo el asunto. Está ayudando al artista que orquestó este, hermoso y
excelentemente elaborado, plan de venganza-
-¿Conoces el
nombre del bastardo?-
-Sí-
-¡Dame un
nombre!-
-Ay Benjamín-
Francesca se agachó, metió su mano dentro de su saco rojo en una bolsa de
seguridad, de la cual sacó un lapicero, que uso para reventar el ojo derecho
del joven, haciéndolo gritar aún más fuerte que el señor Paul –Solo te diré,
que ya hace algún tiempo le mataron, no obstante no lo hicieron del modo
correcto ¿Cierto?- explicó mientras le reventaba el otro globo ocular, con una
sonrisa en el rostro –Me parece que cuando lo hicieron, se cargaron a alguien
muy importante para esta persona, además de que le arrebataron su verdadera
identidad. La cual valoraba muchísimo- El joven gritaba de dolor pero ya no era
capaz de ver a su verdugo.
-¡Mis ojos!-
-El pobre señor
Paul, me pidió que equilibrase la balanza, aunque aún me falta algo ¿No es así?-
-¡Por favor
basta!-
-Ahora suplicas…
que deprimente-
-Sólo detente-
-No- sentenció
Francesca -Según entendí lo que me dijo en la llamada, también te llevaste sus
piernas- dijo mientras se paraba sobre sus rodillas. Bastó su peso y un pequeño
saltito sobre ellas para quebrarlas. Los gritos del muchacho aumentaron así
como su dolor –Pero no es suficiente Benjamín, así que me vas a tener que
acompañar a mi casa-
La mujer lo cargó
y lo metió en su coche.
~*~
Alrededor no se
escuchaba nada, más que las patrullas y ambulancias, viajando en dirección a
Naileum donde, según la estación de radio puesta, que transmitía noticias en
vivo, había muchos muertos, y toda la planta alta del centro comercial estaba
deshecha. Lo que suponían era que la explosión se produjo en algún local de la
zona de comida rápida, aunque no podían estar seguros de nada, ya que la explosión
había sido mucho más grande, que las habituales ocurridas con anterioridad en
Naileum.
El joven dependía
de sus oídos y estaba algo desubicado.
-¿A dónde me
llevas?-
-A mi casa-
respondió Crono
-¿Para qué?-
-Te voy a
presentar a unos amigos-
-¿Amigos?-
-Sí, necesito que
los entretengas en lo que yo voy a limpiar el desastre que dejaste en el
estacionamiento de la plaza Mediana-
Los sentidos
aturdidos del joven le quitaron la percepción de muchas cosas, por eso, el camino
a “casa” de Francesca fue excesivamente rápido. Cuando llegaron, después de
bajarlo cargando, comenzaron a escucharse ladridos hambrientos, de perros muy grandes…
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