Las máscaras blancas: 11. Tres balas


11. Tres balas
-¿Crees que hice mal en no decirle?- pregunté a Plutarco mi guardaespaldas de la noche.
-Señora Ruina, honestamente, no me siento en posición de opinar alguna cosa- respondió Plutarco.
-Te estoy preguntando algo ¡Carajo! ¡Contéstame!- le grité alterada cuando evadió mi pregunta.
-Yo pienso que usted le dijo lo suficiente, incluso cuando el preguntó si debía subir, usted respondió que no, por eso yo creo que ha hecho lo suficiente, ni más ni menos-
-Pero lo dije en tono sarcástico-
-El sarcasmo resulta ser un arma de doble filo en todo momento-
-De todos modos siento que lo traicioné de alguna forma-
-Me parece que él mismo se traicionó al no aceptar trabajar únicamente para usted, cuando se lo ofreció-
-¿Ya es hora de que suba?-
-Sí, ya han pasado cinco minutos de que tendría que haber subido-
-¿Crees que haya subido?-
-El joven Tom, era un chico inteligente pero aun así me parece que era muy confiado-
-Eso quiere decir que ya está muerto-
-Es lo más probable, si me permite decirlo-
-Pues ya lo dijiste-
Plutarco no contestó nada más, yo tampoco le contesté alguna otra cosa, no había nada más que decir. El chico, me gustaba, me encantaba, era carismático, aunque algo frio, era gracioso aunque algo ácido, era entusiasta, romántico, salvaje, me parece que él era la mismísima encarnación de un diablo. Guapo, fuerte, ágil, inteligente. Aun así, hoy lo he traicionado, sin tenerle ni una pieza de piedad ni la más mínima misericordia, lo guie, es más, siento que yo lo maté, que soy la culpable de su muerte.
Zarza dijo que lo mataría, que en ese helipuerto quedarían sus restos, su fornido y musculoso cuerpo lleno de agujeros. Un desperdicio.
Aún recuerdo cuando conocí a Tom.
Han pasado meses, y por alguna razón ya he olvidado como es que contacte a su recién iniciado equipo. Mis fieles, los que dependían de mí, mi consejero, todos consideraban que era una estúpida por pedirle a unos novatos que mataran a Roberto Mondragón. Nadie confiaba en esos jóvenes salvajes con ganas de ver la sangre correr por los suelos, con deseo de ver caer a los pilares del mal.
Lo recuerdo tal como si hubiera sido ayer. Estábamos en una junta con los líderes de la ciudad de aquel momento al principio del año.
Sentados todos en la mesa, acomodados así: Mondragón a la cabeza por supuesto, y de ahí una infinita línea de cabecilla que conforme se alejaban de la cabecera, tenían menos poder, que aquel desgraciado al que todos consideraban un rey. Obviamente yo era la más alejada del trono, lo cual pues hasta cierto punto era algo obvio, ya que yo no llevaba más que un año de poder entrar a esa sala, con los demás fingiendo que yo tenía el mismo poder que ellos, lo cual no era cierto. Yo era la basura, la cerdita de todos ahí, a la que agarraban de estúpida y trataban como tal.
Todos ellos eran basura machista, que me veían como “la mierda” que dejaron entrar a la supuesta "asociación". Puras estupideces. Ninguno me tomaba enserio, incluso hasta la fecha, que les he demostrado que soy mucho más capaz que todos ellos, y no solo eso, sino que también me siento en el trono, me siguen viendo como una tonta. Claro que ahora en vez de verme como un simple pedazo de excremento, me ven como un excremento aterrador. Me tienen miedo.
Ese día, cuando Roberto ya había empezado a hablar de lo bien que iban los supuestos tratados de paz entre cada líder de familia, entraron ellos. Se veían tan estúpidos, casi me carcajeo por ver sus disfraces de invierno en plena primavera. Lucían como niños, y realmente lo son... o al menos lo eran. Yo supuse que iban a hacer un desastre como los que acostumbran a hacer ahora, pero para el trabajo que les encargué, tan solo usaron tres balas.
Al llegar se acomodaron en una fila donde estaban hombro con hombro, levantaron sus pistolas e hicieron lo suyo. El primero en disparar fue Tom. La bala, fue veloz pero lentamente poderosa, exacta, suave, parecía que iba paseando en un parque, lleno de niños. La frente de Mondragón explotó, lanzó un desgraciado chorro de sangre que mancho toda la mesa y a los que estaban junto a él. Las ganas de reír se me fueron en cuanto impactó la primera bala. Uno de los líderes más viriles se puso a gritar como una niña pequeña aterrorizada, lo cual puede ser comprensible, pues él estaba bañado en sangre de Mondragón. Luego dispararon los otros dos, directo a los globos oculares del pobre diablo. Parecía un balneario de sangre y sesos. El viejo Mondragón murió a manos de un puñado de novatos que solo usaron tres balas para terminar con su vida, para acabar con el azote de la ciudad.
Cuando impactó la última bala, hicieron una fanfarrona reverencia, y se fueron en fila india por la puerta principal, como si hubiesen llegado a presentar un show de entretenimiento casual. Fue glorioso y exquisito, una obra de arte. Ni si quiera mis muchachos lo hubiesen hecho con tanta gracia y sutileza. De todos modos no los hubiera arriesgado a ser reconocidos por alguno de los presentes en la sala aquel día. De inmediato hubiese sido agarrada, torturada, maltratada, seguramente violada, y habría sido obligada a ver cómo mataban a todos y cada uno de los miembros bajo mi manto, eso incluyendo a mis más cercanos.
Tom era muy reservado y después tuve que contratarlas bajo otro alias, para matarme a mí misma. Llegaron muy campantes a la casa que solía tener en las afueras de la ciudad. Ni siquiera habían llegado a la puerta cuando hice volar por los aires la desgraciada casucha. Los pobrecitos salieron disparados por la onda que produjo la explosión de mi casa. Cayeron inconscientes. Mis muchachos los capturaron y los llevaron a mi vecindario, a la arena de peleas. Los tuve un par de días atrapados. Hasta que me digné a verlos, ya qué me sentía un poco dolida de que sin dudarlo ni un segundo, accedieron a matarme sin objeción alguna. Una vez que los tuve enfrente los obligue a despojarse de sus máscaras. Sucios, maltratados, llenos de sangre, con astillas de la madera más fina con la que estaba hecha mi casa, sus rostros me siguieron pareciendo angelicales, en especial el de Tom.
-Sé sus nombres- mentí –pero prefiero que me los digan ustedes, no obstante, si me dicen algún nombre que no sea el suyo, les vuelo la cabeza- para ese momento ya estaba la banda completa a como está ahorita… o al menos lo estaba en la mañana. Los padres de la niña rica salieron de la ciudad y por eso es que no notaron su larga ausencia.
-Mientes- dijo Tom, con ese aire retador que sólo él sabe usar.
-No, para nada-
-Entonces soy Lázaro- dijo Tom, aunque por la forma en que miró a sus compañeros, supe que el también mentía. Fue muy fácil deducir que la menos experimentada era la niña rica, ya que cometió el grave error de llevar puesto una pulsera que por el material con el que estaba hecha, fácilmente se podía notar que era de una joyería en la zona rica de la ciudad. Moví mi silla hasta donde ella estaba atada. Saqué la pistola que siempre llevo conmigo y posteriormente, lo único que tuve que hacer fue alzar mi brazo y ponerlo en hermosa piel rosada de la chica.
-Lázaro- hablé resaltando su nombre falso – ¿Piensas que por estar en esta silla no puedo hacerme cargo de ustedes? ¿Qué soy una tonta? ¿Acaso me estas restando importancia?-
-No estoy mintiendo- lo dijo tan convencido que por un momento llegue a creérmelo.
-Pues yo creo que sí lo haces, así que tienes 5 segundos ¡Para gritar tu maldito nombre!- le alcé la voz enojada.
-Uno- La chica comenzó a llorar.
-Dos- Los demás comenzaron a mirar a Tom.
-Tres- Mis hombres se pusieron nerviosos por ver morir a la figura angelical sobre la que tenía el cañón, con el dedo en el gatillo.
-Cuatro, se te acaba el tiempo- Tom no resistió más y cedió a mi amenaza.
-¡Tom! ¡Soy Tom!- gritó alterado cuando yo comenzaba a pronunciar el cinco.
-No era tan difícil ¿Cierto?-
Luego, todos los demás dijeron su nombre, los liberé, abracé y besé.
No sentí ni una pizca de pena. Los lleve a mi casa principal en el vecindario, los hice bañarse, los alimente, vestí y traté como reyes. Les ofrecí una fantástica oportunidad de trabajar única y exclusivamente bajo mis órdenes, pero declinaron mi jugosa oferta que incluía mucho dinero y una casa para cada uno en mi territorio. Son unos tontos. Ahora Tom está muerto y a pesar de que él no me hizo caso, me siento brutalmente culpable…
-Señora Ruina, hemos llegado- interrumpió mis pensamientos Plutarco.
-¿A dónde?- pregunté confundida, sin poder desprenderme de la brutal imagen que suponía pensar en el difunto Tom.
-¿Está llorando?- Al parecer no me había dado cuenta que mi voz salió cortada y una lágrima recorría mi mejilla izquierda.
-No para nada-
-¿Sucede algo? ¿Necesita que la lleve a casa?-
-¡Ya te dije que no! ¡Carajo!-
-Hemos llegado al restaurante Brugmansia-
-Ah… ¿Podrías preguntarle a Alicia si ya llegó Zarza?-
-Claro que sí- Plutarco tomó su teléfono y llamó a Alicia para asegurarse de que yo no tendría que estar esperando a Zarza.

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