Mitad de corazón.
Estaba totalmente dispuesto a salir
corriendo tras de ella. Cada vez estaba más lejos, pues se alejaba a una
velocidad extraordinariamente rápida. Una catástrofe fue que con el corazón
roto no me pudiera ni si quiera levantar del suelo, donde estaba en una penosa posición.
Sostenía la mitad de mi corazón entre mis manos, mientras veía como brotaba
sangre de mi pecho. Ella corría más de lo que me hubiera imaginado nunca.
-¡Regresa!- imploré gritando con las
fuerzas que me quedaban, sin embargo ella huía.
Desvergonzada, sin preocupación, pena o
culpa, se llevaba la mitad izquierda de mi pobre y destrozado corazón. Supe de
inmediato que jamás regresaría, que era la última vez que veía esa mitad tan
valiosa, pero aún más triste, era definitivamente la última vez que la veía a
ella. Ese maldito ángel caído, ese desgraciado y bellísimo ser, que llevaba la
muerte, la destrucción, el sufrimiento, el dolor y el amor a cualquier lugar
que fuese. Donde se presentara, el mal ya había llegado en su forma más
atractiva y codiciada. Un maldito vicio desgarrador, un verdugo de la cordura.
Inspirando aun el deseo sobre mí, ella corría, huyendo con mi pobre mitad izquierda
de corazón.
-¡Por favor! ¡Vuelve aquí!- yo gritaba
desesperado, adolorido, mientras veía como se marchaba. Pero suplicar ya no
servía, pues n o sólo se llevaba mi roto corazón, sino que también consumía mi
dignidad sin que yo me diera cuenta. Aun así luché, enfrenté y luché contra
todo ese dolor, para levantarme.
Presionando mi pecho con mi mano
izquierda, y sosteniendo mi otra mitad con mi mano derecha, cojeaba en la
dirección en la que ella se había ido, cuando la vi, intenté volar para
alcanzarla, pero también me había cortada las alas que me había regalado sin
que yo me diese cuenta. A pesar de eso, volví a gritar.
-¡Regresa!- Pero ella me ignoraba. Pronto
la perdí de vista pero aún quedaban las huellas que había dejado en el lodo
mientras corría lejos de mí, para ocultarse en algún lado donde esperaba que yo
no la encontrase.
Caminé durante horas que parecían ser
parte de una trágica y maliciosa eternidad que era la más grotesca de las
torturas para mí. Seguí andando, hasta que por fin la encontré. Lamentablemente,
cuando la encontré, ella le entregaba mi mitad a otra persona a la que no pude
ver bien su rostro. Lágrimas ardientes comenzaron a surcar mi rostro. Grité una
vez más pero ella no me escucho. Tomó la mano de aquel a quien entrego mi mitad
de corazón y se fue, tan alegre como cuando llegó conmigo.
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