Morir viviendo eternamente


Morir viviendo eternamente
“¿Por qué temerle? Temerle a la muerte, cuando la vida, es menos divina. En verdad yo no entiendo ese pavor, que tú le tienes con fervor. Deberías estar más tranquila, porque la muerte también es vida”
Lo dijo tan tranquilo y relajado, tan hermoso y alegre, tan cordial y elocuente, tan vivo y a su vez tan muerto, que yo llegué a pensar que su muerte era tan sólo el principio de su nueva vida, de su tiempo más fastuoso, su tiempo con mayor gloria y festividad que aquella que de por sí, ya acostumbraba. Sin embargo, después de haber terminado su peculiar poema, pensamiento o fuera lo que hubiese sido eso, él dijo adiós, pero no literalmente, simplemente, me miró tan enamorado como la primera vez que nos vimos, pero con sus ojos perdidos en algo, una idea tal vez, o simplemente era sólo eso, él se había ido para siempre.
Su última mirada, me recordó mucho a aquella vez cuando me conoció. Era un desgraciado que ni si quiera conocía, me estaba observando algo embobado, cosa que noté de inmediato. Se acercó y me dijo algo tan extraño, que en ese momento me pareció absurdo y algo tétrico.
-Señorita, me parece que su belleza ha asustado a todos los valientes que son cobardes viviendo tan tranquilos, derrochando el privilegio que tienen de sólo mirarla de reojo, de admirar su imponente belleza, pero he de decirle, que solo aquellos que son cobardes valientes se aventuran de verdad a esperar que usted pueda aceptar vivir en verdad, para morir viviendo eternamente-
Sentía ganas de reír por el montón de estupideces que me acababa de decir, aunque también me temblaba todo el cuerpo por el valor de lo que dijo. Estaba desconcertada, algo asustada, maravillada en cierto modo. No es habitual que un desconocido te invite a morir con él.
Como era de esperarse, al principio lo tomé por loco, aun así pensé que en realidad no perdía nada por hablar con ese extraño, por seguirle la jugada a su tétrico entretenimiento. Esa plática me fascinó, porque él era un ocurrente de primera, tenía una particular, hermosa y aterradora filosofía que hacía al mundo ponerse de cabeza, su mente era una joya en bruto, tan interesante, tan divina, gloriosa, él era vida. Comenzamos a salir y de pronto, sin darme cuenta, me enamoré de él.
Caí en un profundo abismo al amor que tarde o temprano me haría encontrar un hermoso camino al final. Tal como lo prometió, el trayecto fue vida, vida en su esencia más pura, ya que en toda mi estancia terrenal, nunca había logrado sentirme tan viva, tan llena, repleta de una vitalidad necesaria que ignoré casi toda mi vida. Siempre llevé una cotidianidad plana con un sentido superfluo de lo que realmente era vivir.
Con él, todo tenía sentido inmediato, mis emociones iban de arriba abajo, con días sintiéndome en el cielo y otros varios en el infierno, a cada lugar que llegábamos, éramos capaces de dejar una huella en todo, tanto física como sentimental o psicológica en las personas que nos encontrábamos.
Cada persona que conocíamos se sentía contagiada por aquella alegre y jovial existencia que nosotros llevábamos, por eso al irnos o separarnos de ellos, se quedaban con un grato recuerdo de nosotros. Procurábamos inmortalizarnos en fotos, firmas, cartas, incluso puñetazos o heridas, pues no todos eran felices, algunos tenían envidia o simplemente aborrecían nuestra inmadura alegría, que en cierto modo, eso era, ese amor, esa felicidad desbordante, eran parte de una boba e infantil alegría, típica de un niño, una ilusión tal vez absurda de lo que era la vida, o tal vez no. De cualquier manera, el tiempo a su lado se había transformado en mi dicha, la dicha de mi vida, por eso el día de su muerte fue parecido al de la mía, no obstante yo sabía que él viviría eternamente, pues su estancia en la Tierra, la llevó plenamente.
Amó, cantó, bailó, escribió, ayudó a cuantos pudo y viajo cuanto pudo, lloraba cuando era necesario pero nunca se estancaba en la melancolía, dijo todo aquello que tenía que decir y expresó con confianza aquello que pensaba.
Él era un hombre que sabía identificar el lado negativo de las cosas y manejarlo para encontrar en él, esa parte positiva que todo tiene.
Pocas cosas le aterraban y las que lo hacían, las enfrentaba, tal cual héroe con capa y espada, pues él siempre fue sincero y lo decía con orgullo: ”Yo soy un cobarde valiente que no le teme al temor”.
Siempre me pareció que esa era una frase bastante contradictoria. Era como decir “silencio atronador” un oxímoron perfecto. Dos palabras totalmente opuestas que a pesar de todo, en la circunstancia correcta, se complementaban a la perfección, en el contexto adecuado, resultaban ser igual que un par de personas, bailando de manera exacta y precisas al son de la noche, sin siquiera conocerse.
Él era un cobarde valiente, aun así no era cobarde por ser valiente y mucho menos valiente por ser cobarde. Él era un cobarde porque así era, sin embargo lo aceptaba y enfrentando esa cobardía, se convertía en el más glorioso de los valientes y vencer, poco a poco, lo hacía un auténtico valiente, que aceptaba sus defectos y los amaba tanto como a su propio sentido de vida, ese sentido que él creó un día, para conseguir un objetivo, motivado por el único propósito de vivir.
A pesar de todo, lo extraño y lo extraño tanto que ni siquiera todas las riquezas del mundo podrían llenar ese vacío que dejó en mí. Borrar su imborrable recuerdo es imposible. Él siempre me dijo que el final llegaría y que no debía aferrarme a su persona, pues eso me consumiría hasta los huesos, aun así, lo hice. Me aferré y permití que él se volviera mi propósito en la vida.
Ahora tu llegas a preguntar por qué me veo anciana y vieja, pero eso es porque  cuando el murió, yo perdí mi vida
Si el él se enterara de esto, tal vez estaría enojado, molesto, algo decepcionado porque yo ya no estoy viviendo. A mi también me decepciona estar aquí, no debería depender de nadie, ni de él, sin embargo, ahora soy anciana y vieja, sola y decrepita, viva y muerta. Dependo de ti mi niña, tanto como sigo dependiendo de él. Es posible que creas llevar la parte más pesada de esta carga que represento, pues a ti te ha tocado que yo dependa de ti físicamente, lo cual es duro, no lo niego, pero no tienes ni idea de lo que yo sufro. La parte más grande la carga, la tengo yo, es un dolor que va más allá de mi afligido estado corporal, mi abatimiento lo lleva casi todo mi pobre corazón, con la ayuda de esos tortuosos recuerdos de lo que alguna vez fue amor. Ahí reside el problema, amé tanto, gocé tanto, que ahora el recuerdo es más cruel que un lastimero y trágico adiós, a pesar de que yo deseo o debo saber que los adioses son finales y los finales son la parte esencial de cualquier cosa que tenga un principio, por ello el final es igual de bueno que el inicio, porque al menos en mi caso, debería servir para que yo pueda recordar con alegría y emoción aquella hermosa etapa de mi vida, en la que él vivía.
Aun lo amo mi niña, a pesar de que él ya no esté. Su recuerdo me causa dolor gracias a esa amarga añoranza de su grata presencia. Aun lo amo y sé que él aun me ama a mí también.
“Algún día nos tendremos que separar, ya sea culpable la vida o la muerte, pero créeme que yo te seguiré amando, pues tú te convertiste en lo más importante para mí. Te digo esto porque mi vida terrenal esta por terminar, pero no debes olvidar que seguiré vivo, pues yo moriré para poder vivir eternamente”
Él sabía que se libraría de este infierno antes que yo, ya lo sospechaba
-Usted lo extraña ¿cierto, señora Oguef?-
-Por supuesto que lo extraño, no seas tonta por favor, mi niña-
-Este hombre fue su…-
-Esposo, fue mi esposo, trágicamente nos casamos un par de años antes de su muerte-
-Perfecto, señora Oguef…-
-¿Sucede algo mi niña?-
-Para nada, simplemente creo que eso es todo por hoy-
-Claro que sí mi niña, espero regreses pronto-
<<La doctora Morsabo salió de su pequeña sala de consultas en el sanatorio, donde pidió a los enfermeros en el pasillo, que entrasen para llevarse a la esquizofrénica señora Oguef a su habitación. La sesión de ese día había terminado antes de lo habitual, pues la doctora Morsabo se sintió conmovida por el marido que la señora Oguef había inventado aquel día>>

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