Vida
Una
cajita rosada es lo primero que se puede apreciar en el fuerte abrazo de las
manos de un joven parado en medio de la lluvia. Está vestido de negro. Zapatos,
pantalones, camisa y saco negro. Sin duda está de luto y es más claro cuando,
comienza a soltar ligeramente ese apego que tiene a la caja rosa, la cual parece
agrandarse como si hubiese estado conteniendo el aire, mientras las manos
nerviosas del joven, se aferraban a ella. La caja cúbica tiene dibujada una
huellita de perro en uno de sus lados. Y debajo de esta está el nombre de quien
está adentro "Perry". Pero querido espectador de esta triste escena
que comprende las manos aferradas y la caja oprimida contra el estómago del
joven bajo la lluvia, debe entender que no todo es melancolía, por eso,
deberíamos regresar al principio, para empezar.
Todo
comienza un lindo 6 de enero de muchos años atrás cuando el joven tenía apenas
unos tres años de edad. Abrió la puerta de su casa, para entrar esperando
encontrar los típicos y habituales regalos de los Reyes magos que se suponía
debían consistir en juguetes o ropa para niños, no obstante, lo que encontró
fue un charco de orina. Tan grande que el pequeño cabía fácilmente en dicho
charco, al menos dos o tres veces. Fue raro, por qué no es lo que se espera
encontrar en un día de naturaleza festiva. Desconcertado y de manera
instintivamente pasó por su mente un "yo no fui". Sin embargo la
escena compleja que tenía ante sus ojos se transformó de inmediato en total y
absoluta sorpresa. Del final del pasillo que recorría la casa, salió corriendo
una pequeña bola peluda, tan alegre que parecía estaba a punto de explotar. Con
la lengua de fuera, corriendo torpemente como Dios le había dado a entender,
llegó a las manos del chico, quien maravillado abrazó al animalito. Unas noches
después de ese día lleno de alegría y felicidad, nos transportamos a un
veterinario, donde una doctora muy amable con un ojo chueco y un peinado
parecido a ese que tienen las personas con el cabello rizado al despertarse
todas las mañanas, le pregunta al niño.
-¿Cómo
se va a llamar?-
El
pequeño sabía cómo se llamaba el animalito desde que lo vio. En primer lugar
era una perrita y en segundo era chiquita, lo cual lo ayudó a concluir que su
nombre era Perry.
El
joven atesoraba esos momentos como algo sagrado, divino, con un valor
invaluable para él. Por eso era difícil soltar aquella caja rosada en la que
ahora se encontraba la pequeña Perry que lo había acompañado 13 años de su
vida, la cual para él, justo en ese día lluvioso se encontraba en su año número
17. Tenía ya un año de la muerte del animalito, la cual quedó en manos de él,
pues llegó un punto en que la edad de Perry se había convertido en una carga
para su anciano cuerpo. Era darle un descanso eterno sin dolor o alargar su
longeva existencia que ya había pasado la esperanza de vida para los Schnauzer.
Por más difícil que haya sido, se vio en la necesidad de pensar en el bienestar
de su pequeña amiga que creció junto a él, con la promesa de que ella vería
nacer a los hijos del joven, y estarían juntos cuando ambos fueran viejos, lo
cual nunca sucedió, ya que en realidad él olvidó tomar en cuenta la esperanza
de vida de los perros.
No
obstante querido público, debe ver la escena completa, ya que si alzamos un
poco la mirada, en medio de aquel día tormentoso con un ambiente gris trágico,
se encuentra una sonrisa boba y alegre. Si analizamos las actitudes de las
manos del joven, nos podríamos dar cuenta de que en realidad están nerviosas,
ya que no ven la hora de dejar descansar al difunto animal. El abrazo que no
deja respirar a la caja, ha dejado de ser motivo de un apego melancólico, no,
se ha convertido en último abrazo de agradecimiento al animalito por toda la
felicidad que otorgó en vida al chico, todas las mordidas molestas que dio, por
su naturaleza nerviosa, todos lo maullidos que soltó, ya que no le era
permitido ladrar cuando era cachorra y se vio en la necesidad de maullar de
manera tierna ganándose todas las delicias que caían de la mesa al piso. Pero
sobre todo, por estar ahí para él. Para ser aquel ser de amor que era posible
cargar como un bebé recién nacido, mientras se le cantaban canciones de cuna.
Los
días lluviosos son perfectos para la jardinería, y justamente ese era el plan
del joven. Las cenizas de Perry se pondrían en una maceta con tierra donde
algún día podrían dar fruto a alguna hermosa flor que creciera ahí. Por qué de
la muerte puede nacer de nuevo la vida. La muerte es un regalo igual de hermoso
que la vida, pues si tenemos la capacidad de entender un principio básico de
esta, es que representa el final del cumplimiento de todas aquellas cosas que
venimos a cumplir a la Tierra. Saber amar, saber perdonar, reír, andar sin
preocupaciones son algunas de los más simples objetivos, por eso es que los
perros no viven mucho en verdad. Ellos aprenden todo esto en cuestión de una década
y un par de años más, a diferencia de los humanos que les puede tomar casi un
siglo lograrlo, y aquellos que nunca se ven llegando a este punto, se ven en la
necesidad de partir sin haber vivido de manera plena. Por eso es necesario
aprender a vivir y entender que un día la muerte, también provee vida y está a
veces se puede ver cómo una hermosa flor repleta de vitalidad y belleza.
Comentarios
Publicar un comentario