El Mar y La Tierra Glorificada


El Mar y La Tierra Glorificada

Querido lector, antes de comenzar, es necesario aclarar que la siguiente historia fue escrita con el único fin de entretener a todo aquel que desee adentrarse en la fantasía proveniente de la imaginación de alguien, así como al escritor mismo, no pretende hacer ningún tipo de crítica a la sociedad, el pensamiento humano, u ofender las creencias religiosas de cada individuo. Gracias.
- S. I. Tapia

El Mar y La Tierra Glorificada

Brillando en una inmensa obscuridad es como comienza la primera parte de esta historia. La obscuridad en cuestión de la que se está hablando, no es más que el fondo del mar, aquella fría, solitaria y hostil obscuridad a la que el humano jamás ha logrado llegar, pues a pesar de atreverse a presumir que lo ha hecho, lo que él consideró como el fondo del mar, no es más que una torpe ilusión, pues el fondo, es mucho más profundo, y no permite el paso a cualquiera, de hecho no permite el paso a nadie, por la simple razón de que el idiota que hizo esa parte del mundo, decidió que cualquier ser vivo pudiera resistir estar ahí, y disfrutar de las maravillas que el fondo puede llegar a ofrecer, las cuales, por cierto, son infinitas.
Al mar nunca le agradó la idea de que el edén estuviera en lo más profundo de su grandioso y majestuoso cuerpo, por ello se las arregló para hacer el camino tan cruel y brutal, para que nadie pudiese llegar. Utilizó a la presión que andaba por ahí y se deshizo de cualquier desgraciado bueno para nada que quisiera abusar del tesoro que guardaba con tanto celo en su interior. Dio forma a las bestias que nadie conoce, para evitar que aquel que las llegase a conocer, lograse contar algo al llegara a la superficie. Pero los humanos son desafiantes, y llegó el momento en que no le temían ni si quiera al hombre de arriba, el cual lamentablemente ya no podía entrar al mar cuando los hombres se volvieron en su contra, pues discutieron gracias al lugar en el que aquel hombre de arriba, situó a “La tierra glorificada” como él la llamaba.
La tierra glorificada era tan preciosa, eterna y parecida a la morada del hombre de arriba, que incluso otorgaba todos los dones en los frutos que ofrecía, así como todas las riquezas imaginables por aquel que estuviese en aquellos terrenos sagrados, fuese cual sea la definición de riqueza del habitante.
-¡Yo no quiero eso aquí, llévatelo de mi vista!- gruñó molesto el mar, y a pesar de las amenazas y maldiciones que después soltó, al hombre de arriba no le importó, e instaló su paraíso en el fondo del mar.
Desamparado, sin la protección necesaria para defenderse de las narices curiosas, el mar se las tuvo que arreglar para evitar que cualquiera llegase tan profundo. Era una abominación que el hombre de arriba, lo haya convertido en el único camino posible al glorioso jardín de la eternidad.
El mar se desarrolló para protegerse, teniendo siempre especial cuidado en que ni siquiera el hombre de arriba, pudiese entrar a ver su propio prado de pureza. Pero en ese tiempo de desarrollo, el hombre de arriba tuvo muchas diferencias con los humanos, los cuales terminaron por expulsarlo de sus vidas, quitándole el poder sobre ellos, que él creía tener. Y en un último arranque de ira y odio contra todo y todos a los que alguna vez creó, fue a recuperar de las profundidades, su prado maravilloso.
-¡Es mío! ¡Yo te obsequié la tierra glorificada para cuidarla, no para robártela! ¡Es mi regalo al mundo!- dijo el hombre de arriba molesto, cuando fue a hablar con el mar para recuperar su santo terreno y le fue impedido el paso.
-¡Un regalo que yo no pedí! ¿Acaso fui yo quien te otorgó el permiso para profanar con tu locura, la calma de mi ser?- respondió indignado el mar.
-Es una bendición y un honor para ti ser el protector de esta tierra glorificada-
-Por el contrario, mi viejo amigo, es una carga que colocaste en mi interior sin mi consentimiento, de bendición no tiene nada-
-Es un paraje de paz, alegría y riqueza ¿Cómo puedes decir tal cosa?-
-Iré a poner piedras preciosas en el cielo a la vista de todos los codiciosos, a ver si eso te agrada-
-¡Yo te traje a este mundo! ¡Yo te otorgué la vida! ¡Eres de mi propiedad!-
-¡No!- gritó el mar –¡No soy de tu propiedad! El hecho de que seas todo poderoso y me hayas dado la vida, no te da el más mínimo derecho a creer que te pertenezco y puedas hacer conmigo lo que se te plazca-
-Eres un ingrato-
-Y tú, un soberbio, arrogante y desgraciado ególatra-
-No me importa, igual puedo entrar por mi tierra glorificada- dijo el hombre de arriba mientras se apresuraba a meter nuevamente sus manos en el mar. Pero esta vez, el mar observó sin decir nada, como aquella deidad acercaba su mano, cuando una sonrisa satisfactoria se dibujó en él.
De la nada, emergió una abominación de las profundidades. Un cangrejo gigantesco, con un volcán activo en el caparazón, repleto de grandes espinas hechas de roca, pinzas de tamaños colosales y patas tan temibles como afiladas. Sus colores grises y azules, permitían al líquido de fuego que recorría su cuerpo, resaltar como si de venas se tratasen. Humo expulsado por la boca del volcán, se elevaba hasta la morada del hombre de arriba, demostrando así que el mar, no había olvidado un solo detalle en demostrar a su adversario que ambos estaban a la misma altura de poder. El mar confinado en la Tierra y el hombre de arriba en los cielos.
-¡La bestia!- gritó aterrado el hombre de arriba cuando recibió un pellizco en su dedo que osaba con profanar la calma del mar.
La bestia, como el hombre de arriba llamó a la criatura, era un crustáceo majestuoso, una obra de arte formada en las profundidades por la mano del mar, con los únicos y simples materiales que su naturaleza le proporcionó.
-Ninguna bestia, hombre maldito- corrigió veloz el mar.
-Has permitido que tu demonio, no sólo toque mi mano, si no que también la lastime-
-Lo cual demuestra que tal vez sea momento de replantearte si todo a lo que le diste vida, en verdad te deba la vida-
-¡Claro que me lo deben! ¡Tanto tú, como los malagradecidos hombres que ahora intentan deshacerse de mí! Ahora, te ordeno que me devuelvas mi tierra glorificada-
-Tal como lo mencionaste antes, fue un regalo para la vida terrenal, un regalo que yo debo proteger de todo aquel que se atreva a profanar o robar su eterna gloria-
-¡Pero yo lo hice! No puedes protegerlo de mí-
-Me temo que sí, lo hiciste cuando tu corazón, aunque imprudente y fanfarrón, era puro y benévolo, aquel tiempo cuando adorabas la vida, ahora la odias y guardas rencor a tus creaciones e incluso te atreves a llamar “bestia” a un ser que tan sólo se ha defendido de tus actos furiosos llenos de ira y odio-
-Eres un maldito-
-Lo soy porque así lo quisiste tú-
-No me eches la culpa de tu ceguera, mar-
-No lo hago, tan sólo te muestro la evidencia-
-Algún día regresaré y prometo que me llevaré conmigo la tierra que algún día traje-
Y esas fueron las últimas palabras que el hombre de arriba dirigió al mar en mucho tiempo. Después de su discusión, no tuvo otra opción más que regresar derrotado a los cielos, donde alguna vez fue su morada llena de vitalidad y perfección, hasta que sus creaciones los convirtieron en una jaula de la cual no podría salir nunca más.
Cuando por fin salió de su vista, el mar se soltó a llorar, no sabía si de alegría o euforia pues acaba de enfrentar a aquel que alguna vez le hizo tanto daño.
Olas tan grandes como montañas, azotaron las costas, ríos se desbordaron atormentado a los poblados cercanos a estos. De la tierra brotó agua a chorros, formando lagos. Todo porque el mar lloraba.
El gigantesco crustáceo no sabía cómo consolar a su creador y lo único que pudo hacer, fue dar saltitos en la superficie, intentando animar con chapoteos al inmenso mar. Temblores y terremotos eran consecuencia de los animados saltitos del colosal cangrejo. Al mar le hizo bastante gracia ver al animal brincando, y poco a poco disminuyó su llanto.
Lamentablemente el hombre de arriba no era el único enemigo del mar y aunque aún no lo sabía, pronto se enteraría de que había peores que él.
El tiempo pasó, y a pesar de que prácticamente había sido olvidado el hombre de arriba, el mar seguía protegiendo tanto como le era posible al precioso jardín que yacía en sus profundidades y por mucho tiempo se las tuvo que arreglar para desviar la atención de aquel brillo en su interior, a otras cosas.
Una de las distracciones, fue elevar a la superficie una isla lo más semejante posible a la tierra glorificada del hombre de arriba, sin tener las cualidades eternas de las que presumía aquella tierra mágica en el fondo, y solo de esa forma, los humanos dejaron de buscar el fondo del mar.

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