El baile de las ruedas
Se podría decir que era un salón descomunal, tal vez
una inmensa sala de estar dentro de un maravilloso, majestuoso y glorioso
hotel; incluso un lugar para reposar dentro de una academia, una zona pacífica
para que las damas disfrutaran alegres de un momento de calma, alejado del
fragor de la ajetreada vida del lujo y los excesos, de la soberana y superflua
opulencia.
Las personas pueden llevar una vida monótona y vivirla
sin problema alguno, anda con aparente relajación y una falsa alegría, haciendo
pensar a los demás que en realidad disfrutan de esta aburrida monotonía; no
obstante, siembre hay un punto en el que todos quieren escapar de su vida, de
la tragedia de respirar cada día el mismo aire, de ver las mismas personas, oler
los mismo aromas, percibir las mismas absurdas emociones. Algunos pueden
hacerlo sin salir de la zona que transitan diariamente, sin mover un solo músculo
de su lugar, pero existe un lugar en específico en el universo entero, donde
las personas más prestigiadas y reconocidas pueden llegar en busca de la calma,
ese lugar de largos pasillos y techos altos, que la hace de plaza y a su vez de
un mágico paraje iluminado por las más cálidas y finas luces que la mente pueda
imaginar, un lugar excelso donde las personas asisten en busca de la felicidad
o, al menos, de la paz.
El día en el que nos situamos, asistieron a dicho lugar un distinguido grupo de mujeres,
bastante interesantes en verdad. Se trataba de una especie distinta a las
demás, ellas andaban con una suavidad asombrosa y no titubeaban ni siquiera un
poco al rodar, ya que, en vez de pies, tenían ruedas, incluso algunas carecían
de piernas y en su lugar tenían una gran rueda adornada con los más delicados
garigoleos, el andar de estas bellas damas poseía una gracia propia del aire,
transitaban los pasillos con tanta frescura, mientras el aire pasaba entre sus
fantásticos cabellos que, tal cual hojas al viento se elevaban a lo alto, en
una danza agradable a la vista, digna de los dioses.
El grupo tenía sonrisas alegres en los rostros a pesar
del fatídico final que les esperaba, pues en medio de aquella galera obscura,
donde estaba el lugar de paz y calma, ellas encontrarían el descanso eterno en
medio de la luz.
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