El farol de media noche


El farol de media noche
Si estuvieras realmente aquí podrías pensar que estoy loca, demente, terca, quizás insana, pero debes saberlo o al menos escucharme o sentirlo, tienes que estar enterado de mis verdaderos sentimientos hacia ti, hacia tu magnifica y gloriosa personalidad, un verdadero haz de luz en la imponente y despiadada obscuridad que reina en mi vida, que agría mis días, que desmorona a esa maldita casa llena de soledad sin tu presencia.
Aún recuerdo cuando llegaste, afuera había una tormenta diabólica que retorcía cada una de las paredes de este lugar, un diluvio sin duda, que vil y despreocupadamente estaba inundando el jardín. El camino era pura terracería y ya se había convertido en un infernal embarradero de lodo con un poco de excremento de vacas… ¡Ay lo siento!
Si estuvieras aquí opinarías que soy una tonta, pero ya sabes que no se me da el hablar en realidad, y tú, tú eres el primero que ha llegado a mí por el simple placer de estar conmigo, a mi lado y hacerme la más feliz de todo el mundo, eres el primero en entrar como un ángel y romper mi impenetrable silencio.
Llevaba tantos años sola, que por poco llego a olvidar lo que era hablar con alguien que no fuera mi propio sistema, digo, las vacas eran una buena compañía, pero ellas se la viven comiendo pasto, y andando lentas y torpes como simples rocas que mugen, ellas no son la compañía que anhelo, ellas simplemente no son tú. Antes las disfrutaba muchísimo, el sólo verlas era un tónico tranquilizante para mi amarga soledad, que día a día se convertía en una carga más difícil de soportar.
Aquella tormentosa noche, tú estabas gritando afuera desesperado, suplicando ayuda. Ya era bastante tarde, pues llevaba dos horas encendido el farol y siempre se prende a las doce sin falta, aun no entiendo cómo, ya que no hay nada ni nadie cerca… o vivo.
Honestamente no me podía levantar, pero aun así tomé toda mi energía y me levanté yendo totalmente contra mi programación, que consiste en cuidar la granja e ignorar forasteros que piden ayuda. Desde ese instante supe que algo magnífico sucedería, que mi aburrida y solitaria vida cambiaría por siempre. Comenzando por el hecho de que estaba rompiendo las reglas.
Bajé las escaleras con la luz apagada por miedo de que alguien inexistente me fuera a descubrir en lo que estaba haciendo, andando a tientas con los brazos extendidos, totalmente desnuda, con el cabello hecho un desastre, me fui a dar un golpe muy fuerte, ya que a mitad de camino pise mal y el resto de esas infernales escaleras las baje cayendo, rodando torpemente, dando giros acompañados de golpes en cada vuelta. Cuando llegue al suelo pude sentir una abolladura en mis pechos, lo cual no me importó, pues era una pieza de mi cuerpo que usaba por simple gusto, ya que en realidad no era necesaria en lo más mínimo, sin embargo me gusta usarlos por alguna razón. Eran los únicos que tenía y por estar vacíos quedaron aplastados como un barquito de papel arrugado. Me levanté contemplando la pieza deshecha en el suelo, cuando de pronto volviste a gritar. Reaccioné de inmediato y corrí a la puerta. Al abrirla entró una ráfaga de viento que metió muchísima agua y un aire helado que hizo rechinar a la casa completa. Pero en medio de todo aquel caos, estabas tú. Te observe maravillada a pesar de que tenías unos ojos asustados y sorprendidos por haber encontrado a alguien en la casa. Tus dulces ojos color amarillo eran sorprendentes, tan expresivos y hermosos, que en conjunto con tu abundante y mojado cabello negro hacían temblar a mi corazón. Al igual que yo, tampoco  estabas vestido, lo cual me pareció muy provocativo y extraño, a juzgar por el clima infernal del exterior, pero puedo decir, que algo que sí supe de inmediato es que eras un pobre esclavo, pues llevabas una cinta de cuero con botones metálicos en el cuello, que te estaba irritando al grado de hacerte una herida que me partió el corazón.
Te hice entrar y ni siquiera lo dudaste, supongo porque sabías que yo era buena. A ninguno le importó la desnudez del otro, así que te quité esa cinta. Te sequé y vestí, para poder curar tu herida. Subí a mi habitación, me acosté para volver a hibernar y de pronto sin avisar, entraste a la recámara y te subiste a la cama. Me sentí algo incomoda, pero no me moví, por el contrario, deje que te posaras sobre mi cuerpo, y a pesar de que acabamos de conocernos, ello no me importó, pues la calidez de tu cuerpo me hacía sentir viva, con un verdadero corazón latiente y sin darme cuenta, al cabo de unos minutos de disfrutar tu suave cuerpo, me apagué.
Cuando volví a encenderme tu rostro estaba sobre el mío y te entretenías olfateándome, lo cual me pareció raro pero a la vez muy tierno, incluso atrevido. Me permití acariciar tu cabeza como si lleváramos tiempo de conocernos y lo aceptaste de la misma forma en que una flor se abre ante la mágica y cálida primavera, que le otorga a la vida la traslación del planeta. Desayunamos juntos, o al menos te acompañe mientras lo hacías. Posteriormente, a diferencia de lo que yo pensé, te quedaste a vivir conmigo.
Eventualmente los días adquirieron más color y alegría, la obscuridad se había esfumado con tu llegada. Las vacas se volvieron más blancas, los pastos más verdes, las gallinas cacareaban más alegres, los cerdos se volvieron más rosados y sus “oink” eran mucho más melodiosos. Mientras yo ordeñaba una vaca, tú jugabas con las otras, pues entre ellas y tú, se correteaban divertidos en los prados de la granja. Los días y la vida adquirieron un sentido mucho más importante que el simple cuidar de una tonta y boba granja plagada de vacas.
Pasaron los años y pronto tu cabello negro comenzó a tener matices de gris, cada vez jugabas menos con las vacas y pronto supe que tu final se estaba acercando. A pesar de tu vejez seguías siendo guapo y alegre. No obstante, los años siguieron pasando y yo comencé a oxidarme, mis sistemas comenzaron a fallar, requiriendo cambios de piezas y cosas así, pero igualmente las refacciones que me ponía ya eran demasiado viejas y sin el señor Cadyrin, que habida muerto diez años antes de tu llegada, mi final también se acercaba, pero ahora estamos aquí. Te fuiste antes que yo y me encuentro sola.
Hace un año, en una misma noche como en la que llegaste, desapareciste. Saliste por la mañana al campo, pero no regresaste antes de la tormenta. Obviamente me aventuré sin pensarlo, a salir en medio de potentes vientos, rayos y truenos despiadados, lluvias torrenciales que matarían a cualquiera que no se resguardase de forma adecuada. Mi preocupación se incrementó, cuando un rayo mató a Galleta, la vaca más vieja.
Tú, mi pobre e indefenso amor, estabas solo en la obscuridad a merced de los peligros de aquella horrible noche. A pesar de todo, lo feo comenzó cuando, entre todos esos estruendos y soplidos terribles, logré escuchar un alarido y apenas audible maullido proveniente del farol. Corrí y pronto estuve de nuevo a tu lado. Me miraste mientras me sentaba en medio de la lluvia, y te ponía en mi regazo. Esa mirada tuya decía más que un millón de palabras flotando en los mensajes abandonados y olvidados al universo. Al igual que ellos no pudiste obtener respuesta alguna, pues mi sistema de lenguaje hacía mucho que había dejado de funcionar, lo único que pude soltar fueron unos rechinidos metálicos, esforzándome por decir cuando menos un “Te amo”.
Tus pequeños ojos no dejaban de observarme y yo tampoco te quitaba la vista. Los rayos se convirtieron en susurros, la lluvia se convirtió en apenas una caricia húmeda y prácticamente todo el mundo se detuvo, nada se escuchaba, nada se movía, y en medio de aquel silencio melancólico, pude entender que la vida te dejaba. Me dolía muchísimo, pues ello significaba no volverte a ver nunca más, aun así no intenté evitarlo, pues ambos sabíamos que era la hora, que era el momento de tu partida, y no me interpondría, ya que no eras el mismo de antes, todo te dolía, ya no comías, la vejez se había convertido en una carga que ya no podías soportar.
Lloraba y lloré en los días posteriores, y ahora estamos aquí, tú en tu tumba, yo esperando que puedas escuchar este mensaje, con esta máquina que me ayuda a hablar, la cual encontré en la casa hace unos meses. Hoy es el aniversario de tu muerte, de tu llegada, que a diferencia de esas noches tormentosas, el día estuvo soleado, con un viento suave muy calmado.
Te he traído unas flores mi pequeño y amado gatito libre, a quien amé y amo con todo mí ser.

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