Mayor Tom


Mayor Tom

-… díganle a mi esposa que la amo mucho, ella sabe.
Fue lo último que pude decir antes de que se escuchara un gran corto en la cabina. Cada alarido que daban los circuitos hacía que se me erizara la piel, que cada uno de mis cabellos se tensaran hasta parecer agujas que atravesaban mi traje y mi propia piel, mi sudoración parecía ácido que de un momento a otro haría que se me cayera la piel y yo me soltara a gritar en agonía por el dolor y a su vez el miedo y la maldita inseguridad de no saber qué hacer. De no tener ni la más mínima idea de cómo actuar ante aquel inmenso, obscuro e imponente mar negro.
Es verdad que desde la única ventana de la nave, el espacio parecía un mar negro salpicado de pequeñas estrellas, que en cualquier otra situación yo hubiese disfrutado como si se tratara del más grande de los espectáculos, pero en ese momento más que representar a la belleza que los humanos ni siquiera podemos aspirar, representaba mi muerte.
Debo admitir que entré en pánico, me volví presa de mis impulsos desesperados por encontrar una solución a mi brutal asunto. Comencé a presionar botones al azar, sin pensar en lo que estaba haciendo. El miedo hizo que olvidara todo lo que había aprendido allá abajo, no podía recordar nada y no porque no lo supiera, sino porque en realidad no me servía de nada. La luz que me indicaba el contacto con la Tierra estaba apagada. Yo seguía picando cosas como diablo, en espera de que algo me salvara y me permitiera decir algo más.
Mi vista se comenzó a nublar y al tallarme los ojos me encontré con mi mano empapada, fue entonces que reaccioné y me di cuenta que mis lágrimas bajaban veloces recorriendo mis mejillas para llegar a mi cuello y empaparlo con el amargo sabor de la locura y la desesperación. Me tallé tanto como pude pensando que de algún modo podría evitar seguir llorando, pero no podía, y tampoco lograba restablecer la conexión con la Tierra y mucho menos hacer que la nave me obedeciera, para ese momento yo ya llevaba alrededor de dos horas a la deriva y, aunque parezca estúpido, mi hogar se veía más pequeño y menos azul.
Me deje llevar y me solté al llanto sin consuelo alguno, recargué mis codos sobre mis piernas y sumergí mi cabeza entre mis manos. Después de algunas horas, dejé el llanto a un lado y mi respiración se había calmado un poco, así como mis latidos retomaron un ritmo normal.
Con resignación alcé la vista en espera de un milagro y tal como lo deseaba, el milagro se había presentado en forma de un pequeño foquito verde de comunicación encendido ¿Cuánto llevaba así? No tengo idea, pero no esperé más tiempo y comencé a pedir ayuda. Empecé hablando con calma, como si no hubiera perdido la compostura, entoné la voz más grave y pacífica que pude, pero a la primera palabra, las lágrimas brotaron de nuevo, mi voz se entrecortó y me solté a gritar. Grité palabras de auxilio tan alto como pude, sin recibir respuesta alguna. Pronto me quedé sin voz, me ardía la garganta, y sólo salía tos de mi boca.
De un segundo a otro la pequeña luz se apagó otra vez, igual que mi esperanza y el supuesto milagro que me había regalado el Señor.
Pasó bastante tiempo, no puedo decir cuánto con exactitud, tampoco puedo decir hace cuanto dejé de ver a la Tierra azul, lo que sí sé, es que ya no queda oxígeno en la nave , mis bostezos se vuelven más frecuentes minuto a minuto, siento mi cabeza a punto de estallar, el sueño me está matando. El final está tan cerca que incluso puedo sentir como ya no estoy del todo solo en la cabina. Así mismo las estrellas, que al principio me causaban terror, ahora me hacen compañía observando mí funeral, al cual incluso yo estoy asistiendo. En esta grabación queda la memoria de la última vez que usé mi voz, así como mis últimos momentos de vida.

~*~

-¡Espera! ¡Deja de mover el botón!
-¿Por qué?
-Escucha con cuidado.
Ambas se acercaron al enorme aparato y entre toda la “nieve” que se escuchaba alcanzaron a percibir gritos desgarradores apenas audibles, pero lo suficientemente claros para resultar brutalmente aterradores. Claramente se podía oír a un hombre que suplicaba por ayuda, que buscaba desesperado que alguien acudiera en su auxilio. Las dos mujeres escucharon por horas, esperando que revelase su ubicación, pero cuando la anunció, no pudieron hacer otra cosa más que poner sus manos en sus pechos, para evitar que sus corazones salieran disparados por el terror que provocaba el hecho de escuchar a un hombre suplicando que alguien fuera a salvarlo de su trágico final en el espacio.


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