Fe
salvaje
-¿Crees
en Dios, hijo?
-Sí-
respondió entre lágrimas el muchacho hincado, con la voz entre cortada.
-Eres
devoto entonces- sentenció el imponente hombre parado frente a él.
-Sí.
-¿Rezas
todas las noches pidiéndole favores y agradeciéndole lo que te da?
-Sí.
-Yo
diría que puedes empezar a decir tus plegarias.
-¿Por
qué?
-¿Cómo
que por qué?
-Me
está cumpliendo lo que le pedí anoche.
-¿Y
cuál fue tu petición entonces?
-Que
me matara-
El
hombre enmudeció unos segundos. Sujetó la pistola con más furia, con una ira
terriblemente poderosa, comenzó a ejercer presión sobre el gatillo, hasta que
pensó un poco.
-Hay
distintas formas de morir ¿Sabes? Una de ellas, la más interesante a mi
parecer, es conocer el infierno, y yo, muchacho, te enseñaré lo más profundo de
lo bajo que pueden llegar tus creencias.
Enfundó
su arma y puso sus manos alrededor del cuello del joven. La tez de este último
se tornó de un asfixiante color rojo. El hombre sonrió, pues la imagen roja del
chico, aunadas a las gotas de sangre en el rostro, le pareció graciosa. No
quería matarlo, no, tan solo deseaba dejarlo inconsciente y sabía exactamente
cuánto apretar antes de arrancarle la vida. No le tomó mucho tiempo, pero si
perdió lo suficiente como para que afuera un par de pueblerinos a caballo
cargaran sus armas y apuntaran a la entrada del banco.
El
sheriff murió apenas entró al banco, lo cual ya habrá tenido unos diez minutos
para ese entonces, aunque en realidad era casi imposible saberlo, pues más que
ver la hora y referirse a ella tomando de ejemplo: “El asalto al banco comenzó
a las 2:34 de la tarde y terminó 26 minutos más tarde con la muerte de …”, el
tiempo no existía en aquellos parajes, lo que hacían las personas era decir: “sucedió
al medio día”, “fue antes del amanecer”, “pasaba de la media noche cuando
ocurrió”, o como a continuación yo lo haré…
El
sol se alzaba imponente sobre el pequeño poblado de Santa Bibiana, cuando el
ladrón salió del banco por la parte trasera, montó las ganancias del día, un
joven al que recién había dejado inconsciente, unas cuantas municiones que sacó
de las pistolas y escopetas propiedades de los muertos dentro de la pequeña
estructura, después se subió el mismo y salió cabalgando veloz sin que los
pueblerinos valientes notaran o pensaran si quiera en la posibilidad de que el
banco tenía una puerta trasera. Fue bastante grande la sorpresa que se llevaron
al aventurarse a entrar y no
encontrar al ladrón y mucho menos el poco dinero que poseía el banco, pues
estaba prácticamente en ceros, el robo terminó siendo más de municiones que de
plata.
Sin
duda el ladrón aquel tenía ya miles de recompensas por su cabeza, sino en todo
el país, al menos en todo el estado, pero no le hacía daño una mira más puesta
justo en el corazón, para ensartar ahí una bala y hacerle sufrir la misma
suerte con la que le dio muerte al sheriff desprevenido; lamentablemente nadie
tenía ni la más mínima idea de dónde diablos había salido aquel desgraciado.
«Sí,
vino por una cerveza, se la tomo solo en aquel rincón de por allá, las únicas
dos palabras que le escuché fueron: “Cerveza” y “Gracias”, dejó el dinero
exacto sobre la barra y no hizo más que bebérsela en un par de tragos, salió de
aquí y un rato después sonaron los disparos» relató el tabernero haciendo
apenas perceptibles movimientos de bigote mientras hablaba.
«Yo
lo vi todo desde arriba, desde la torre de la iglesia que está enfrente del
banco, si es que aún se le puede llamar así, a todo esto, no debería ser muy difícil
seguirle el rastro, mientras los idiotas lo esperaban por delante, yo lo vi
salir por atrás y conseguí darle en su pierna, y eso que iba a caballo, si es
que eso era un caballo, corría como diablo el desgraciado, yo supongo por los
fuertes golpes que le azotaba el bandido ese. Es un hecho que va sangrando, y
no podrá llegar muy lejos, eso es seguro, tendrá que detenerse tarde o temprano
a sanar su herida, y cuando eso suceda, nosotros deberíamos estar sobre él para
matarlo a balazos y tomar su cuerpo por el maldito c…” informó la viuda de
Pedro Carvales, mejor conocido como el banquero, el cual fue el primero en caer
cuando las cosas se tornaron tensas dentro del banco.
A
pesar de las especulaciones de la viuda de Carvales, estaba muy lejos de la
verdad, si bien era cierto que le dio al ladrón, era mentira que iba sangrando
o que si quiera le dio en la piel, la bala de la mujer, erró por apenas un centímetro
rasgando la bota del hombre, sin embargo evitando algo importante o que
sangrase al menos. Los valientes pero ingenuos pueblerinos que esperaron al
ladrón fuera del banco, fueron los mismos que se encargaron de seguir el
supuesto rastro de sangre del que habló la viuda de Carvales; anduvieron por
horas hasta que cayó la brutal y fría noche, entre sus opciones estaba seguir
andando a obscuras, quedarse y acampar o regresar lo más rápido posible al
pueblo aprovechando la poca luz que ofrecía el cielo nocturno repleto por una
infinidad de estrellas pero sin la luna a la vista. Eran fieros, pero en
realidad no estaban tan seguros de su travesía, además de que al estar frente a
frente con el ladrón, sus posibilidades eran muy pocas, pues dentro del banco
mató a tiros a todos y no había evidencia alguna de que hubiera fallado uno
solo; lo más lógico fue regresar al pueblo, la ayuda hacía más falta que cobrar
venganza en ese momento y aún si hubieran decidido seguir con su camino a
ciegas, iban en sentido contrario al que se fue el ladrón.
El
hombre sintió el silbido de la bala que rasgó su bota. Volteó preocupado de que
lo estuvieran siguiendo con arma en mano, pero no vio nada más que el pueblo alejándose
a sus espaldas, se le ocurrió alzar un poco la mirada y fue como vio a una
mujer armada en el campanario.
-Maldita
vieja hija de p…- se vio nuevamente interrumpido por un tiro que pasó cerca de
su nariz. Sin mirar atrás hizo que su caballo avanzara aún más rápido, pues
cada segundo contaba en su huida. La situación en el banco se le salió de
control y se llevó más de un par de diablos al carajo y por si fuera poco había
secuestrado un muchacho con el cual no tenía en realidad idea de que hacer, todo porque
no pudo probar que Dios concedía milagros instantáneos al encontrarse con un
suplicante que en realidad rezaba por morir y no por no hacerlo. Si se enfrentaba
a un mentiroso igual ya llevaba las de ganar, pues no lo mataría pero sí estaba
entre sus planes hacer su vida brutalmente miserable, aunque la cuestión en sí
era ¿Cómo hacer eso? Era momento de pensar en cosas más importantes que estaban
frente a sus narices, o más bien a sus espaldas.
Se
desviaba del lugar al que iba, pero no podía permitir que la mujer revelara a
donde se dirigía. Optó por andar a donde se perdiera del campo visual del
pueblo y luego rodear para retomar el camino correcto. Salió todo bien pero para
cuando logró rodear el pueblo sin ser visto y comenzó a andar a su destino, la
noche cayó, el caluroso cielo del día fue sustituido de poco en poco por el
helado toque nocturno, el sol desapareció en el horizonte dejando como rastro
el hervir en la arena y las gotas de sudor en la frente del hombre y la espalda
de su carga inconsciente, la calidez en las rocas el polvo y la tierra. Siguió
cabalgando a sólo él sabía dónde hasta que se vio obligado a parar, pero al
menos ya se encontraba lejos de un peligro aparente, por ahora…
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