Que así sea

He sido acusado de traición.
Traición contra los míos. Traición contra mi patria. Traición contra mí. 

Todos lo piensan, lo dicen mientras no estoy, cuando no me doy cuenta, o cuando estoy ejecutando la traición de la que me acusan con tanta justicia. Ha pasado tanto tiempo desde la primera vez que lo hice, que ya ni siquiera recuerdo cómo era no ser lo que soy hoy.

He engañado, he matado, he sido un hipócrita, un embustero, un cobarde, un demente, un mal hijo, un mal hermano. He sido tantas cosas malas que ya no queda nada de lo que fui antes. De lo que fui cuando nací. De lo que fui cuando crecí, cuando fui joven y el instante antes de mi primera muerte.

Muerte. Fue muy difícil aceptar que la sangre que resbalaba entre mis dedos aquel día, era proveniente de una herida que yo había hecho a uno de los míos. Una herida fatal, que al cabo de un rato terminaría con el sufrimiento de la pobre víctima que fue criada para un sólo día. Un día en el que correría por su vida, recibiendo heridas que al final le matarían.

Fue muy difícil aceptar que yo me había convertido en el depredador de aquel lugar de dolor, sufrimiento e injusticia. Qué difícil fue verme al espejo y no poder encontrar lo que era, si no lo que ahora soy. Un monstruo. Un monstruo que habita una casa de desesperación y como bien lo dicen todos a mi alrededor, de traición.

Un traidor. Maldita sea la hora en que nací. Maldita sea la hora en que acepté hacer a lo que ahora me dedico. Maldita sea la hora en que inserte el estoque en la espalda de mi hermano. Bendita sea la futura hora en la que he de morir. Bendito aquel que me de muerte, pues de ser yo mismo el traidor que lleve a cabo tal acción, he de ir directo al cielo a gozar del descanso eterno y divino; pero mis actos merecen castigo. No puedo ser yo el juez de mis desgracias y muchos menos el verdugo de mi propia carne. Mi castigo ha de ser divino y en agonía he de recorrer el camino que me espera después de mi partida. No puedo ser yo el que se quite la vida, ello mucha gracia tendría; gracia que a Dios (aquel al que creó la religión) agradaría y me soltaría de las cadenas que a los infiernos me llevarían. No quiero un descanso hermoso y eterno. Ya me harté de tanta injusticia. Una buena condena, sería que pase el resto de mis días bebiendo la sangre de aquellos que han caído por la mano de otros que se dedican a lo mismo que yo. En caso de no poder ser castigado de tal forma o peor; me conformaría con sentir el dolor que les causa el mortífero espectáculo al que son obligados a acudir, mis pobres hermanos. Gracias a Dios todos somos hermanos. Gracias a Dios mis hermanos tienen la desdicha de tener a un traidor en la sagrada familia.
Dios nos perdona todo lo que hacemos. Violadores, asesinos, golpeadores, según la religión todos pueden encontrar la gracia divina pidiendo perdón y dando una parte de su sueldo, por qué así lo decretó Él. Que me perdone por lo que voy a decir, pero no quiero su perdón. Deseo ser castigado. Deseo que caiga la furia de los abismos, de todos los caídos, de los pervertidos y toreros sobre mí, antes que recibir un perdón tan traicionero como yo.
De cualquier forma no merezco un perdón.
Quiero justicia y en mi situación es injusto pedirla.
He cometido traición, pero así lo quería el trayecto divino que ha sido trazado para mí.

Estoy por entrar a otro espectáculo mortal, jugando el rol de depredador asesino, pero hoy será diferente. Hoy dejaré que la víctima sea la victoriosa, que cobre venganza por los tantos que he matado.

Soy un toro que día a día se pone el traje de luces y sale a dar muerte a los suyos. La primera vez yo era la víctima y hoy, a pesar de todo y aunque los espectadores no quieran que así sea, sigo siendo la víctima.

Que así sea. Yo soy la víctima.

Está no es una carta suicida, es la última muestra de mi arrepentimiento por haber crecido, vivido y muerto, alzando con orgullo el papel de un injusto ejecutor.

He cometido traición y aquel que me lloré también será un traidor.

Que así sea. Los que me lloren cometerán traición.

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