“Hola cariño” de 2016
Samuel I. Tapia Delgado
Cierto es, reina mía, que esta es la primera vez
que te hablaré con total y absoluta franqueza. Es la primera vez que me atrevo
a declararte todo mi amor con palabras, recordando todos los detalles desde que
nos conocimos, de una forma muy dulce y romántica, justo a la antigua, tal como
a ti te gusta. Justo como en la historia de ese libro que estabas leyendo, el día
en que te conocí, en el café ¿Lo recuerdas? Yo lo recuerdo todo.
Tenías puesto ese suéter anaranjado que sueles usar
mucho en los días nublados, ese pantalón de mezclilla azul, que hacía resaltar
unas botas de color café con cordones amarillos. También estabas usando una
bufanda roja y tus gafas negras que encierran a esos maravillosos y grandes
ojos de color azul.
¡Oh vaya! realmente me enamoré de ti en el primer
momento en que te vi, amor mío. Me pareció como si hubiese visto un glorioso ángel
caído del cielo. Una verdadera bendición ¡Un regalo de Dios para los ojos del
mundo! Desdichado aquel que se fijara en ti. Desdichado yo, que me fije en ti.
¡Oh vaya! Eres una verdadera joya.
Ese día no pude hablarte, me sentía apenado sin
razón aparente. Yo estaba sentado en la mesa de junto, y a pesar de todo, yo te
miraba con el más exquisito disimulo, pero de pronto te diste cuenta de mi
embobada mirada, fija en tu enmelado cabello. No miraste a otro lado, no
expresaste repugnancia ante mi brusca figura, no, no hiciste nada de ello, por
el contrario, me sonreíste, me dirigiste un par de miradas después de eso. Me
emocionaste realmente cuando mostraste tu blanca y perfecta dentadura.
Magnificas perlas de mar, tus dientes son en verdad. Si supieras lo apenado que
estaba, te hubieses burlado de mí. Al cabo de un rato, pediste la cuenta y te
fuiste.
Yo creí perdida tu persona en aquel instante. Melancólico,
regresé a casa a lamentar el no haberme acercado a ti, por ello volví el día
siguiente al mismo café, a la misma mesa, a la misma hora en que te vi. Llegue
yo, y al cabo de 5 minutos, llegaste tú. ¡Oh vaya! Lo que hiciste al verme fue
asombroso.
En vez de tomar la mesa del día anterior, te
sentaste en la mesa donde yo estaba, justo en la silla frente a mí. “Elinor Milcuna” fueron las dos primeras
palabras que me dijiste. Tu nombre sin duda alguna. Que nombre tan más hermoso.
Ese día, te hubieras sentado en mi mesa o no, yo ya estaba decidido a entablar
una conversación contigo en caso de que aparecieras. Nuestra plática se prolongó
alrededor de dos horas con veinticinco minutos y diez segundos. La mejor plática
que tuve nunca, sin duda y lo que más me maravilló fue la preocupación de tus
padres al llamarte para ver en que parte de la ciudad te habías metido, y por
qué rayos no habías regresado al cobijo de su cuidado en tu hogar.
Ese segundo día, los tonos de tu ropa eran todos
café, con ciertos accesorios de tonalidades verde obscuro. Tu manera de vestir,
tan casual y tranquila, despierta en mi ser, todos los sentidos de la alegría,
aun así sean colores obscuros como los que usaste en el tercer día.
Completamente de negro. El negro le sienta excelente a tu cabello color miel y
tus ojos azul claro.
Después de quedar a distintas horas por dos semanas,
llegó el día en que me invitaste a tu casa a cenar. Yo acepté de inmediato. La
noche del día siguiente conocí a tus padres, quienes me trataron tan bien como
a un hijo propio. Tu madre delato por accidente y con ciertas frases, la
atracción que sentías hacia mí. Lo primero que dijo fue: “Hija, pero que
muchacho tan guapo, ahora entiendo por qué…” tú la interrumpiste de inmediato
indicando a tu madre mi nombre. Después tu padre me sonrió y comentó que habías
estado cantando mucho en las últimas dos semanas, a partir de un curioso día en
el que tardaste en llegar a casa, dos horas más de lo habitual. El día en que hablamos
por primera vez sin lugar a dudas. Durante aquella cena tus padres expresaron
todo el amor que sienten por ti, el cual admiro hasta la fecha, pues a pesar de
haber pasado un mes, ellos te siguen buscando.
¡Oh vaya! Mi amor, debes saber que te quiero de
verdad y lo hago con todo el corazón. Me
atreví a declararte mi amor en el final de la tercera semana de conocernos,
cuando estábamos en mi coche, estacionados cerca del muelle, viendo los barcos
a la luz de la luna. Después de decirlo, te acercaste de manera lenta a mí y te
besé. El mejor beso que he sentido en toda mi vida. Cuando te separaste de mí,
sonreíste y me volviste a besar. Luego tu dijiste lo mismo, pero con distintas
palabras: “Te quiero también yo a ti, desde el corazón”
Entonces supe que nosotros estábamos destinados a
algo hermoso y perfecto. Una vida feliz rodeada de paz y tranquilidad. Pero lo
arruinaste. Lo arruinaste, cariño.
Un día, al pedir la cuenta, le sonreíste al mesero
que nos trajo el papel con la cantidad a pagar. Le sonreíste y además le diste
las gracias. Unos días después me dijiste loco y comenzamos a distanciarnos de
poco a poco. Me culpaste de algo que hiciste tú y te fuiste. Un par de días
después te encontré y te negaste a darme la oportunidad de hablar de forma
civilizada contigo. Te detuve para que me escucharas y en vez de ceder,
comenzaste a gritar.
¡Oh vaya! En verdad lo siento, hermosa.
Nada de esto hubiera sido necesario si tan solo me
hubieras dado la oportunidad de hablar contigo. Me dijiste que era un demente,
un dramático y un imbécil. Cuando comenzaste a gritar, vi terror en tus
hermosos ojos azules. Yo ya no era para ti el hombre con el que hablaste en el
café hace dos años. Me decidí a arreglarlo.
Lamentablemente el único modo era tenerte siempre a
mi lado, lo cual, obviamente, ya no querías. En verdad siento haberte separado
de tus padres. Me pides verlos una vez más, por ello les enviaré tus ojos en
una hermosa caja naranja ¡Como el color de tu suéter favorito! ya no llores
cariño. Entenderás que todo lo hago por amor. Y para estar siempre juntos, tal
como tú lo dijiste un mes antes de mí supuesto “ataque irracional de celos”,
como tú lo llamaste. Me disculpo desde el corazón, pero debo tomar medidas
drásticas. Solo tus padres te recordaran. Al mesero del café ya lo he tirado al
mar.
¡Oh vaya! ¡Tu rostro! No pongas esa expresión de
horror. Tan solo te reduciré al tamaño de un tazón decorativo para tenerte
siempre a mi lado. Aun seas polvo y cenizas, yo te amaré.
Te amaré por siempre.
Y te amaré sin celos.
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