La pesadilla

La pesadilla
Las bestias veloces corren de un lado a otro lanzando aullidos de terror, muerte y destrucción. Andan fanfarronas con sus grandes ojos de fuego; mientras asesinan brutalmente a animalitos indefensos que tuvieron la mala suerte de cruzarse en su camino, pues tan mortales como ningún otro ser, no perdonan ni si quiera a los demonios caminantes. Alrededor hay gigantescos deformes con tres ojos que se alzan terribles soltando silbidos de dolor mientras su rostro pasa del color verde al rojo sanguinario que es insoportable mirar, pero es el único capaz de controlar a las bestias veloces. Allá afuera también hay titanes de cuerpos agujereados, seres que, imponentes, rozan los cielos oscuros con las afiladas puntas de sus cabezas. Además están esas aves rígidas que gritan estruendosos sonidos graves, mientras que, cual espadas, desgarran las nubes dejando a su paso la sangre blanca de las pobres desdichadas. Suficiente tiene el pobre gato que observa desde su jaula aquel aterrador mundo salido de las más profundas entrañas de la peor de las pesadillas. Lamentablemente esas imágenes vividas de los peligros que acechan ese mundo surreal, lejos están de acabar. El felino vive en una cárcel rodeado de pequeños seres que sufren tanto como él y temen de todo y todos en su entorno. Pero, de todos las bestias y monstruos mencionados hay unos que se llevan el trono de aquel abismo infernal; los demonios.

Los demonios son los profanadores, los encargados de llevar la tortura a todos los rincones de aquel lugar, esos desgraciados que montan el mundo como si fuese suyo. Estos seres monstruosos hablan un idioma incomprensible para cualquiera con un sano oído; se carcajean estruendosamente de la miseria ajena y sueltan alaridos penetrantes al acercarse a la gran celda del pequeño e indefenso gato. Sus cuatro extremidades son tan grotescas como las manos que poseen, afiladas con cinco espinas cada una. Sus asquerosos rostros se contraen al ver a las presas de la cárcel en la que el pequeño peludo fue condenado a sufrir eternidades; sin embargo es afortunado de no ser llevado como la recompensa alimenticia para un asesino que gusta de poseer y devorar cuantas cosas ve a su alrededor.

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